background sound

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Casa de Asturias

C/ Argumosa, 4
Metro: Lavapiés (línea 3)
Botellín: 1,30 (Mahou)
Caña: 1,30 (Mahou)
Tapas: papas con salchichas, croquetas, carne en salsa, canapeses (de lacón, salchichón, queso con membrillo...)
Especialidades: churrasco troceado, papas al cabrales, pastel de cabracho, fabada, setas al cabrales, revuelto de oricios, verdinas con marisco, chorizo a la sidra, chuletillas de lechal, pimientos de padrón, mollejas de lechal, fabes con almejas, callos de puchero...



Casa de Asturias suena a consulado. Podría confundirse con una oficina diplomática del Principado en Madrid, al estilo de la casa cultural albanesa en Gaborone. Pero no es así. Es una sidrería monda y lironda sin otra misión representativa de la hermosa Asturias que la que le atribuye el nombre. Inaugurada en 1999 por dos socio-primos oriundos de Luarca ha arraigado de tal forma en la Lavapiés más meridional que hay quien asegura  en interné que lleva toda la vida. 

Es verdad que parece anclada desde hace siglos en esa esquina tan concurrida de Argumosa con Salitre, pero sólo lleva 15 inviernos. Tengo empastes con más edad. No obstante, es meritorio que, para el imaginario colectivo, 15 años parezcan décadas. Eso quiere decir que el negocio tiene sólidos cimientos. Es indudable que la Casa de Asturias es un referente para tomar cañas en la playera calle Argumosa. A diferencia del resto de bares que han florecido para aprovechar el tirón que tienen las terrazas, la Casa de Asturias apuesta por arrebañar clientes de aquí y de allá, ya sean adictos a la terraza, la barra o el váter. 

No es reserva de tribu urbana; allí se juntan ancianos que toman chatos a hurtadillas de la parienta, mozas con sus mozos, chupipandis que comparten croquetas, mercaderes del cultural establishment, pijos vestidos de pobres, pobres vestidos de pobres y fervientes defensoras del hiyab porque no tienen que llevarlo. Lugar de paso para encarar la noche con la sangre a medio hervir, barra para escanciar alborozo, mesa donde trinchar lo que sea menester y, sobre todo, exponente de una cocina asturiana algo sudorosa (por los sudores de la sobremesa y por los sudores al sacar la cartera). Si ya lo conocéis habréis podido constatar que es un buen sitio para tomar infinidad de cañas y un par de raciones. 


Distinto es sentarse a comer en serio. Aceptar un ordago a la grande sólo evidencia que la oferta gastronómica hace equlibrios entre la corrección y la espesura. Hay platos bien ajustados como las fabes, las carnes, las setas al cabrales... y hay otros que naufragan en el desacierto. Un revuelto no puede costar 13 euros, aunque los huevos vengan de Buckinham. Y qué decir del cachopo... parece el hermano amorfo de Bob esponja. Sin duda hay asturianos mejores en la capital, como también es cierto que siempre hay alguien más guapo, más inteligente, con más dinero o que va mejor al váter. 

Buscar absolutos es, cuanto menos, cansino. En definitiva, un sitio acogedor, jovial y concurrido que invita a una embriaguez inciensada por el acre olor del cabrales.
El servicio resulta correcto aunque hay quien observa cierta aspereza de los camareros. Creo que hay demasiados clientes cuyo nivel de exigencia demanda felaciones a dos carrillos como gentileza de la casa. 

Me fijo en un retrato del dueño con el inolvidable Luís Aguilé. Gran cómico con porte abúlico o individuo melancólico con vis cómica. Quizá uno de los pocos argentinos (junto al Yayo, Borges, el Cholo y Daiana Antivero con los pezones rebozados en farlopa) al que no enviaría en pelotas a currar de liquidador al reactor 3 de Fukushima.


Arnyfront78

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Quieres decir algo?

Datos personales

Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo