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miércoles, 27 de febrero de 2013

Mareas Vivas

C/ Veneras 3
Metro: Santo Domingo (línea 2)
Caña (no hay botellín): 1,30€ (Mahou) en vaso chico
Tapa: Buena cantidad...casi siempre fritanga: plato compuesto por rebanadas de pan con lo que sea encima y papas fritas con pimientos del padrón, también empanadillitas congeladas, mini-bollos preñaos, papas con choricillos fritos, paella, algún que otro guiso...
Especialidades: supuestamente es gallego, así que pulpo con cachelos, lacón...
Precio: Razonable. El menu del día a 12€





Subir al centro y pasear por sus intrincadas callejas es un placer salvo en Navidades. Uno puede y debe perderse entre edificios centenarios, negocios que liquidan existencias y lumis que te chistan cuando pasas a su altura. Excepto la Gran Vía, que se ha convertido en un mausoleo herbicida, sus aledaños sudan vida a través del pavimento. Ni los musicales, ni los Zaras, ni los fast food ni las absurdas remodelaciones de plazas y jardines que hace el consistorio podrán con el alma quinqui y bandolera que, tristemente, es el único patrimonio que nos queda a los de aquí... el orgullo de tomarse una caña aunque no tengas para comer al día siguiente. Si vivimos al día es porque el mañana se llama cáncer.
Dicho esto hay una zona especialmente querida, dado que he dejado horas y energía por allí, que es la franja inclinada que va de la plaza de Santo Domingo a Ópera. Y te lo digo en ese sentido porque arriba están los bares y abajo los putis. Sólo hay que dejarse caer.

 
Mareas Vivas es uno de los primeros por los que pasa la muchachada antes de abordar objetivos más ambiciosos. Es una especie de gallego sin raíces que sirve de toma de contacto antes de la gincana etílica. Normalmente, es el mejor momento de la noche... luego llegan los cubatas de Petronor, tías que te rechazan, hablar como Antonio Ozores y dormir entre los arbustos de algún parque rezando para no despertar con una cicatriz abdominal. Solemos pasar por alto los momentos lúcidos; los madrileños nos desenvolvemos mejor en la amnesia de los lavabos.
El bar está situado en la zona más estrecha de la calle Veneras, allí donde los yonkis de la nicotina que se agolpan en la puerta obstaculizan el paso de los viandantes. Lo primero, antes de entrar, es hacerse un análisis de colesterol. Si superas los 200 mg/dl desiste. Luego... ver cómo está el aforo ya que puede que te tengas que comer el tentempié en el retrete. Una vez alcanzada la barra o conseguida una mesa sólo queda sacar el "Omeprazol", meterse seis rulas y degustar así, con garantías, las tapas que te sirvan (empanamientos y fritos) aliñadas con Mahou clásica en vaso corto. Al timón está una cuadrilla de camareros circunspectos que aguantan con estoicismo la tortura auditiva y, como es habitual, tienen a un liliputiense  para servir las mesas.  Todo bastante normal salvo el azul celeste de las paredes con algún que otro perdigonazo de pan masticado y una cornisa de madera estrangulada por una enredadera que, de un momento a otro, se va a lanzar a morder los pezones de alguna clienta. Por la noche y los fines de semana no vas a poder entrar, pero está rodeado de bares del mismo rollo a cada cual más difícil de asimilar.

 .... a dos minutos de Callao, no hay gafapastas hablando de Marlango y, a las pocas horas, un lascivo ardor de estómago se acostará contigo. 
!!!!!Qué más quieres!!!!




Arnyfront78

miércoles, 20 de febrero de 2013

El Urogallo


El Urogallo Casa de Campo. Lago de la Casa de Campo. Metro: Lago (línea 10)
El Urogallo La Florida. Paseo de la Florida, 16. Metro: Príncipe Pío (líneas 6, 10 y R)
Caña (no hay botellín): 1,70€ (Heineken) de unos 28cl
Tapas: Muy variadas. Guisos de todo tipo que van saliendo de la cocina, paella al mediodía, tortilla campesina con chorizo, picadillo con papas fritas, empanada...
Especialidades: Carnes, raciones abundantes, tostas... 

Web: www.elurogallo.net




Leyendo la página web del Urogallo, en la sección de "Historia", me encuentro con un texto que podría haber firmado el mismísimo Homero describiendo la isla de los lotófagos. En tono épico, incluyendo un mapa críptico de Asturias con un horrible Urogallo que parece que está defecando sobre la zona de Cangas de Narcea, relata la hazaña de unos asturianos que (literalmente): "pensando en los clientes decidieron construir con ladrillo viejo y teja árabe una casita acristalada a pocos metros del lago".  

Era el año 1996 (¡como si hubiera sido hace un siglo!)... conmovedor, ¿verdad?... me recuerda a cuando John Wayne, enamorado de una mujer que no puede tener, construye a lo largo de los años la casa con porche en la que querría envejecer junto a ella (El hombre que mató a Liberty Valance).

Relatar la creación de un restaurante-bar como si fuera una leyenda no sé si engrandece o caricaturiza la empresa. Sobre todo cuando veo la foto del apartado de recursos humanos que muestra a cinco felices y orgullosos trabajadores seguramente encantados con la política de horarios ("amplio horario de 9:30 hasta acabar con el servicio de todas las cenas").
El Urogallo de la Casa de Campo que, según lo expuesto, es para sus dueños lo que fue la tumba de Cristo para los caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalén, está situado, todo sea dicho, en un lugar privilegiado. El Lago de la Casa de Campo es un estanque artificial y fétido lleno de carpas mutantes, pero también un lugar apacible, una burbuja de oxígeno para la ciudad. Cualquiera de los antiguos merenderos que allí estaban antes de que yo naciera (a los que podías llevar la tortilla hecha en casa), cuya concesiones pusieron en manos de ambiciosos empresarios para que los transformasen en prósperos restaurantes, es buena elección para tomar una caña. Aunque mejor opción es pimplarse una Mahou, tirado en el césped que acolcha la orilla, a la vera de una chica guapa. Quizá es el Urogallo el que está más alejado del agua, con las ventajas (evitar mosquitos) e incovenientes (el calor) que conlleva. Y sin pudor han invadido con mesas, casetas y quemadores para el frío un espacio que debería ser para los balones y las bicis.
Según el "Señor Urogallo" son especialistas en carnes rojas. Yo creo que no es para tanto. Lo que no están mal son las tapas. Es verdad que las pagas con saña (1,70€ la caña), pero son de calidad. Normalmente son guisos que van saliendo de cocina que no se basan únicamente en la patata. Además, si hay varias opciones, le puedes decir al camareta que mejor esto o lo otro porque te lo va a poner. Con tal de agradar a la clientela cualquier cosa. Le llaman "trato atento y cordial", yo diría incluso servil.
En 2003 pusieron una sucursal en el Paseo de la Florida que no te recomiendo salvo que te guste el contacto pélvico. A media tarde se suele llenar de oficinistas que les pilla de camino a casa, que apuran con los compañeros los últimos momentos de compañía antes de afrontar la cena solos o que intentan rascar algo con la rubia que se ha incorporado al departamento hace un mes. 


Siempre he desconfiado de estos proyectos empresariales que nunca dejan de expandirse, que tienen como meta crear un emporio. Sobre todo cuando, en lugar de abierta y cínicamente como hacen las grandes firmas, nos lo cuelan como un negocio amigable, cercano, casi familiar. Normalmente, detrás de todo ello, suele haber caciques insaciables que antaño fregaron platos. No sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió.

Arnyfront78




jueves, 14 de febrero de 2013

Bodegas El Maño



C/ de la Palma, 64
Metro: Noviciado (línea 2)
Precio de la caña (no hay botellín): 1,40€ en vaso corto (Mahou)
Tapa: aceitunas aliñadas, rebanaditas de pan con que queso...very soft...muy rácanos
Especialidades: Vinos y vermut (1,50€)






Las guías turísticas son insidiosas. Los blogs (como éste) aún más. Parece que las opiniones del personal, siempre sesgadas y a menudo patrocinadas, tienen más peso que el espíritu aventurero del viajante (aunque sea viajante en su propia urbe). En lugar de adentrarnos allí donde las piernas y el olfato nos guíen solemos preferir que las experiencias ajenas nos marquen el camino. Como si mi opinión respecto a lo que sea fuera voz autorizada para ti, lector, que no me conoces de nada.
El Maño, inmerso en la zona de moda para "tomar unas cañitas" (como suelen decir los guays que se toman dos y luego se pasan al trina), es una ex-bodega (porque de bodega sólo quedan las tinajas y el rótulo) que vive del goteo incesante de guiris que visitan el asunto porque lo recomienda la Lonely planet, la Michelín o cualquiera de esos prospectos turísticos que citan, como visita obligada, el museo del Real Madrid. El resto de clientela son los guays de los que hablaba, algún que otro poeta sin verso y novios despistados. Como si se tratase de un escenario teatral conserva el decorado que seguramente tenía hace más de cincuenta años, lo que le da un aire cool, apolíneo. No es frío ni cálido, flota como un perfecto artificio volátil. Los bares, como los sitios, no los hace el paisaje sino el paisanaje, y el paisanaje de El Maño podría estar en las estanterías del Leroy Merlín. Lo más animado del sitio son los carteles de conciertos y un espejo majestuoso que vigila, como Hal 9000, los movimientos metálicos de los parroquianos.


Las camareras son tan correctas como desganadas. Una de ellas, lánguida y madura, lucha por preservar rasgos bellos que se desvanecen en la medida en que sirve patatas bravas. Seguramente ese no era su sueño. La otra se come una pera mientras espera romper aguas de un momento a otro.
Respecto a la caña...nos la podían haber servido en un dedal y me hubiera quedado igual, parece una birra para Pumuki. El precio: 1,40 €. Eso sí, la acompañan con una micro-rebanada con pegatina de queso regada con aceite de oliva y finas hierbas. Otras veces me han puesto cuatro o cinco aceitunas en un cenicero. Deben ser tapas espirituales. Creo que la mejor opción es tomarse un vino  o un vermut, que para eso farda de ser bodega.
Un consejo...antes de pedir raciones, sin ton ni son, asegúrate de tener bonometro o abono transporte para volver a casa. La sajada es importante.
Me hubiera gustado tomarme algo allí hace medio siglo. No por vivir durante aquel lúgubre periodo de la historia de España sino, simple y llanamente, porque aún los vinos eran chatos y las vinotecas bodegas.










 Arnyfront78

domingo, 10 de febrero de 2013

El Chacón


C/ de Saavedra Fajardo, 16 
Metro: Puerta del Ángel (línea 6)
Cierra los miércoles
Precio de la caña (no hay botellín): 1,30 € (cerveza Amstel)
Tapa: Normalita (ensalada campera con pulpo, patatas alioli, empanada de carne, aceitunas de camporreal con boquerones en vinagre)
Especialidades: Pulpo a la gallega, lacón con grelos, orella con tomate, codillo completo, morcilla, pimientos del padrón, chorizo, callos, queso gallego...




               
 De mi niñez recuerdo pocos momentos concretos. En el mejor de los casos, el tiempo los acaba sepultando  y, en el peor, la memoria reconstruye nuevas realidades a base de fragmentos distorsionados que nunca han acaecido. Pero lo que sí queda impreso, a fuego, es un escenario vital tejido por percepciones, visiones, olores e incluso alucinaciones que tienen la fuerza necesaria para dotar a un individuo de una identidad diferenciada. En ese laberinto no escrito encuentro desarchivada la intensa evocación de los veranos, esos veranos madrileños anegados en luz, asfixiados en polvo, alquitrán y pinos; dormitando un sueño de chicharras y niños empapados por globos de agua. De esa nebulosa rescato algún que otro sábado en la piscina municipal del Lago...con el opresivo olor a pies de los vestuarios, el cloro encubriendo meadas furtivas y mi padre engullendo trozos de empanada regados con Mahou. Aquel tiempo se medía con otros parámetros...el tiempo de los niños, no de los adultos.

Otro ritual era el cocido de mi abuela María. Un cocido arrebatado, en tres vuelcos, con garbanzos de Pedrosillo, calabaza y pringá. Pero antes de comer, era obligado el paso de rigor por el Chacón. Una institución enclavada en la frontera de Puerta del Ángel, un templo del exceso en el que los gritos en dolby surround de los camareros  compiten con el berreo constante de una turba hambrienta de colesterol. Por aquel entonces yo pugnaba por alcanzar la barra entre codos, culos y poyas que asediaban mi cabeza. Yo veía todo aquello atónito, con el asombro de un crío que aún no ha visto Roma de Fellini. Con el tiempo te das cuenta de que no es así, de que los libros, las películas, las situaciones y lugares de entonces no son tan asombrosos ni grotescos, o que lo son aún más. 
El Chacón sobrevive con solvencia a la crisis aprovechando la demanda rígida de sus viandas. Cada seis meses suelen subir los precios y, aún así, sigue estando lleno. Para quien no conozca el garito, decirle que no se diferencia mucho de las tascas que jalonaban el centro de Madrid hace unos veinte años. Como ya quedan pocas que no hayan desaparecido o sucumbido a la modernidad, al novato le parecerá de lo más pintoresco. 

 

Cinco murales con motivos absurdo-pastoriles revisten la única pared del mesón que no es barra. Tras ella, de tres a cuatro camareros a los que el barrio ha visto envejecer, rebuznan "!!!!cachelos!!!!!" a la cocina, cada 10 o 20 segundos, aunque nadie haya pedido nada. Sólo un filipino al que se le está poniendo cara de ferrolano desentona en el asunto (aunque cada vez menos). Entre el gentío embriagado, con una destreza admirable, el doble oficial de Alfredo Landa en el barrio, reparte bandejas pantagruélicas a los afortunados que han cazado alguna de las cuatro mesas que hay. Un loro Sanyo, cuyos huecos para meter cassettes parecen rellenos de lacón, canta gol en la Condomina mientras la salsa de tomate que lleva la oreja riega la cabeza de un niño que juega a los tazos con lonchas de pulpo. 
Los vecinos acuden a diario con peroles para llevarse la vitualla a casa. Normalmente bajan los maridos y aprovechan para tomarse una cañita o un chato. De aperitivo...patatas con pomada (como llama el Lolo a las ali-oli) o una especie de ensalada campera anegada en aceite.

Recientemente han colocado un reloj digital que, como si se tratara de un Casio maya, parece marcar la cuenta atrás para el fin del mundo. 
Y entre lectura y lectura de todas y cada una de las baldosas que decoran la barra con chascarrillos machistas, uno cree perder la cuenta de las jarras de ribeíro bebidas, aunque el camarero no.
En general, uno siempre exagera cuando de tópicos se habla, pero en el caso de las tascas madrileñas que aún quedan en pie, siempre se queda corto. 
Los colegas no frecuentamos el asunto porque allí se va a comer y para tomarse un par de cañas supone demasiado estrés, pero sabemos que está ahí, desde siempre...
Puede que el día que el Chacón cierre tengamos que empezar a presignarnos.

Arnyfront78

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo