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domingo, 31 de marzo de 2013

El Automático

C/ Argumosa, 17
Metro: Lavapiés (línea 3)
Caña (no hay botellín): 1,40€ (Mahou) tamaño dedal
Tapas: 9 aceitunas. Por 2€ más te ponen unas cazuelitas de algunas de sus especialities.
Especialidades: salmorejo con jamón, migas, pastel de pollo, croquetas, brandada de bacalao...





La calle Argumosa, entre la plaza de Lavapiés y la Ronda de Atocha, ofrece multitud de opciones gastronómicas que, salvo alguna que otra disidencia, se resume en dos: bares pijipis y kebabs. Éstos últimos se describen por su olor, aquellos son harina de otro costal. Los bares pijipis pueden no tener nada que ver entre sí en cuanto a decoración, clientela y manjares, pero tienen un común denominador: la captación de consumidores vendiendo falsos espacios de interrelación basados en la creencia, ingenua o perversa, de que la injusticia en el mundo se puede paliar con yogures de aloe vera y el apoyo incondicional de Brahma. 


La verdad es que El Automático es más piji que jipi. Cualquiera puede meterse a tomar una caña pero, a diferencia  de La Revuelta en donde la chavalería está más animada, en El Automático abundan las parejas heterodoxas con ensayos bajo el brazo, desaliñados con zapatos de 200 euros y alguna que otra Susan Sontag de Embajadores. Pero por el decorado (mezcla de salón pitufil de Amelie y una Peggy burger), por la música (rozando el dabadaba) y por el relax religioso que se inhala, es un bar indiscutiblemente para Malenis que luchan por no serlo del todo. Malenis, según Mikel Iturriaga en "Aló, comidista", "son esas chicas enganchadas a las cosas monas, que llevan gorrito, ropa vintage y telas de cuadritos, y pretenden vivir una vida en colorines entre lo indie y lo naif". 

 Cada día encuentro menos diferencias entre Lavapiés, Chueca, Malasaña y el barrio de Salamanca o quizá nunca las ha habido. Ahora que las galerías de arte se agolpan en la zona sur del barrio cabe preguntarse si la presunta mascarada de buenrollismo multicultural sólo ha servido para que hagan negocios los mismos de siempre. 

Mientras... los chavales de la plaza siguen buscándose la vida como pueden. Las cañas que nos sirvió la camarera simpática (la otra no lo es mucho) se podían beber de un sorbo (el tamaño más pequeño de vaso que distribuye Mahou). Iban acompañadas de nueve aceitunas (contadas) y una carta a juego con el azul gominola de la pared. Parece ser que por dos euros más te dan una cazuelita del diametro aproximado del cipote de Mandingo Zambrano con alguna de las delicatessen que cocinan. El salmorejo con virutas de jamón y las croquetas tienen fama; la feligresía que ocupa las mesas de la terraza dan buena cuenta de ellas.  

Aquí he pasado buenos momentos colgado de la barra, como Beavis & Butthead, con mi compinche PQ tramando fechorías inconfesables y llamando hijo de puta a más de uno que no nos deja vivir lo a gusto que quisiéramos. Y al despedir al tendido con un ebrio "hasta luego", un cartel en la pared me revela que The Cynics hicieron un concierto de Navidad y  que Anita Ekberg ha envejecido. 
What the fuck!




Arnyfront78





lunes, 25 de marzo de 2013

Cafetería El Paso

Centro comercial Plaza de Aluche. Av de los Poblados, 58
Metro: Aluche (línea 5) 
Botellín: 1,25€ (Mahou). Grifo de Mahou.
Tapa: más bien poco (platillo de café)... trozos de pollo rebozado.
Especialidades: pupurrí de cocina sudamericana.
Sólo cierra los días que cierra el Carrefour (o sea nunca).




Ir de compras parece un deporte agotador. Siempre he admirado la perseverancia de quienes, durante horas, se prueban camisas, faldas y fajas, ojean libros y discos o recorren kilométricos pasillos en busca de enjuague bucal y Cola-cao. Pero veo que la gente se lo pasa bien, que no compra por mera necesidad sino porque, el propio hecho de gastar tiempo en adquirir bienes, produce satisfacción. Amén a eso. No obstante, para los alcohólicos o para quienes a menudo tenemos sed, hay un pero... la falta de bebercio en algunas áreas comerciales. Dentro de las grandes superficies no se pueden hacer "paradas técnicas"; así que, para poderte tomar una caña tienes que escaquearte de la pareja con alguna excusa creíble (ir a mear, hacerte el mareado, decir que vas a mirar unas alfombrillas para el coche cuando estás en la zona de congelados, etc...). A menudo los súper tienen bares anexos a sus dependencias. Suelen ser apeaderos de batalla, con pocos alardes, con lo indispensable como: un grifo de birra bien frío, patatas bravas y varias máquinas tragaperras. Pero de vez en cuando te llevas sorpresas. En Aluche, en el centro comercial creado para  justificar la existencia del supermercado francés que ocupa el 80% de su superficie (el viejo "Continente"), hay tres bares que lo flanquean. Están en el pasillo contiguo a la línea de caja, colocados estrategicamente para que no te quede otra que hacer un pit stop. Y parece que sus dueños tienen claro cuál es su clientela: sudamericanos. En Aluche hay gran número de vecinos sudaméricanos y eslavos, lo que coincide con el hecho de que es una encrucijada de caminos, ya que, bajo la hermosa estructura de hormigón que soporta las vías del metro salen y llegan algunas líneas de autobuses que van a la zona sur (Leganés, Fuenlabrada y barrio de la Fortuna). Ya sean los inmigrantes que viven en Aluche o los que viven en las ciudades dormitorio que rodean Madrid suelen hacer la compra en el Dia, Lidl, Mercadona, Alcampo o Carrefour; no en el Sánchez Romero ni en el mercado de San Miguel. De ahí que, si el 70% de la clientela de Carrefour son inmigrantes y, a su vez, el 80% de esos inmigrantes son de distintos países sudamericanos y le dan más que bien al alpiste, los dueños de los bares tengan bastante clara cuál es la línea a seguir.

 El más llamativo de los tres se llama "El Paso". Quizá destaque por el olor a rebozado con el que embriaga la atmósfera, por las sensuales bachatas que truenan los altavoces y que claman para que invites a tu novia ecuatoriana a comer pollo al calor de los focos o porque hay colgados tantos carteles con los precios de los platos que parece un bar-nevera lleno de post-it. Guisos tan exóticos para un tipo de Puerta del Ángel como el arroz chaufa, el hornado, la papa rellena, el escabeche de pollo o la guatita.  Si además se ven acompañados por una pantalla de televisión que, sin cesar alterna la publicidad de la zampa con mensajes del siguiente tipo: "amigo que no presta y cuchillo que no corta que se pierda poco importa", "cuando el dinero habla la verdad calla" o "el amor hace pasar el tiempo, el tiempo hace pasar el amor"... el asunto toma un cariz alucinógeno.

La verdad es que la gente pide comida y la mayoría de las cosas tienen buena pinta. Mi ignorancia o cautela gastronómica y la incomodidad que supone comerse una sopa con una gallina dentro sobre la barra de un bar hacen que no haya picado todavía, pero tiempo al tiempo. Con el botellín nos pusieron trozos de pollo con una especie de rebozado especiado que parecía adobe, pero que estaba muy sabroso. Además de lunes a viernes (de 17 a 21 hrs) la jarra de cerveza de 25cl baja a un leuro con aperitivo. Creo que por ese motivo había un rumano durmiendo medio colgado de la barra con un bocata en la mano mientras una mala tallá con sombrero merengueaba las ancas al son de Aventura..."!!!no es amor, lo que tú sientes se llama obsesión!!!!" 
Inca cola, salchipapas, curvas y sabios refranes... todo ello al salir de la compra.





Arnyfront78

miércoles, 20 de marzo de 2013

Sagasta Vinos

C/ Sagasta, 2
Metro: Bilbao (Líneas 1 y 4)
Botellín o caña: 1,80€ (Amstel)
Tapas: Aceitunas acompañando a una rebanadita de cabrales, sobrasada, queso, chorizo o salchichón  
Especialidades: Creo que nada 




Con este texto, Tabernomaquia quiere inaugurar la sección: "¡Te sableamos pero cómo molamos!". Se trata de delatar, apellidar y ajusticiar a esos sitios donde no hay razón alguna para volver a tomarse ni un vaso de agua. Como es habitual empiezo contradiciéndome porque el primer reo va a ser un bar al que he vuelto por segunda o tercera vez. Lo importante no es que hayas estado antes o no, sino que la última visita haya marcado un punto de inflexión para tomar la lúcida decisión de no pisar más por allí. Es obvio que es un análisis puramente subjetivo, así que, si a ti lector, los sitios mencionados te parecen cojonudos, puedes ahorrarte el alegato de defensa. Y si os dejáis afectar por nuestro veto es cosa vuestra.

Sagasta Vinos es una tasca senil situada junto a la glorieta de Bilbao que seguramente has visitado o, al menos, has pasado por delante. Anclada entre una óptica marciana y una agencia de Halcón Viajes llama la atención enseguida por su fachada de madera color bermellón que, en lo alto, anuncia solamente: "Vinos". Algo así siempre promete. La esperanza de encontrarse ante un abrevadero de los de antaño obliga a hacer parada. En honor a la verdad el sitio es un museo y como tal te cobran. Ni las fotos del Madrid antiguo, ni la acumulación de reliquias cutres y latas de conservas con el cartón demacrado, ni la solera (con la que gran parte de tascas centenarias justifican el cobro de un impuesto revolucionario a sus clientes) dan derecho al expolio. Si me cobras una caña a 1,80€ quiero que saques un puto plato abundante (aunque sea una mierda) o de calidad (aunque sea escaso)... mejor ésto último. Pero no cuatro aceitunas acompañando a un canapé con cabrales, sobrasada, chorizo, queso o salchichón... con el pan de ayer y lo demás de antes de antes de ayer. La lista de precios, extremadamente artera, comprende los precios de caña+tapa, vino+tapa y yo creo que incluso de vaso de agua+tapa.

 Es el sistema utilizado en Granada y Almería: te incluyo la tapa en el precio y así justifico el incremento de la consumición en un 60%. Si como en Granada, la tapa es un barreño de magra con tomate o un plato alpujarreño (dos huevos fritos, papas con pimientos verdes, chorizo, morcilla e incluso jamón) el asunto es fetem; si, como en Almería, la tapa es una cazuelita con dos gambas al ajillo, me parece un timo. La técnica del Vinos Sagasta es la almeriense perfeccionada: precios de terraza y un piscolabis anodino y rancio. También puedes pedir una banderilla del tamaño del prepucio de un niño de cinco años por 0,50€. Echando cuentas in situ, al ver el recipiente de las mismas, amortizan la garrafa con vender seis o siete. 
Respecto al trato no hay peros, tanto el dueño como su mujer, tienen un trato correcto y cortés. Creo que en el fondo son tan ingenuos que consideran que están regalando lo que dan;  no parece que tengan noción de que a escasos 200 metros te puedes tomar un botellín por un euro recibiendo un aperitivo decente y con igual diligencia a la hora de servir. Pero parece que funciona, el esnobismo no tiene límites y con tal de tomarse unas cañitas en un sitio que parece sacado de una película de Pedro Lazaga, pagarán lo que sea. Desde aquí animo a Alfonso a que ponga las cañas a 3€, su famoso vino con canela a 5€ y de tapa un apretón de manos. 
Fue conmovedor ver a una parejita de periféricos sentados sobre barriles de Amstel y apoyando las cañas sobre una caja de botellines (no hay sillas y mesas para todos). Se daban piquitos... el amor hace bueno cualquier sitio. Al pedir otra ronda les sirvieron palomitas deshilachadas... la cara de desconcierto con la que la chica dijo un irónico "gracias" fue memorable. Pero aun más memorable fue el complacido "de nada" del camarero. Su cara esbozaba la satisfacción del trabajo bien hecho, de agradar a su clientela. Que bonita es la vida cuando no te enteras de nada. O a lo mejor el que no me entero soy yo.


Arnyfront78

viernes, 15 de marzo de 2013

Entre Cáceres y Badajoz

C/ Don Ramón de la Cruz, 109
Metro: Manuel Becerra (líneas 2 y 6)
Caña (no hay botellín): 1,80€ (Mahou)(27 cl aprox)
Tapas: buena cantidad y calidad. Pescaíto frito, papas con chistorra, fideuá, paella... las raciones son fuentes.
Especialidades: tuti-frutti entre cocina andaluza en particular y española en general. No localicé ni un plato extremeño.




Entre Cáceres y Badajoz discurre una linde imaginaria que desde el primer tercio del siglo XIX viene dividiendo adminstrativamente una región, Extremadura, demasiado homogenea para establecer fronteras. Desde la Portugal del Parque Natural da Serra de Sao Mamede hasta el embalse de Cijara, los hombres, animales y carreteras traspasan un zigzag establecido en mapas que la tierra ignora. Sus casi cuatrocientos kilómetros serpentean dehesas despobladas amablemente transitadas por gochos y venados, musarañas y faisanes, turistas y paisanos...

 Pues bien, en Madrid, "Entre Cáceres y Badajoz" es un bar. ¿Un bar cualquiera?... sí y no. Sí, porque a pesar de una decoración protorrociera, de innovaciones culinarias (incluso temerarias) como la ensalada de lacón con pimentón y frutas, y de una cuadrilla de camareros garçones vestidos a la antigua usanza con chaquetilla blanca de sarga, no deja de ser una taberno-franquicia (como "La bahía de Extremadura" en la calle Azcona 68, que va del mismo palo) con barriles reinventados en posacañas, de esos que desde hace una década pululan por todo Madrid y, en especial, en el distrito más rancio de la meseta, el distrito de Salamanca. Y no, porque ver todas las tarde-noches a decenas de oficinistas con aires de indianos por el mero hecho de trabajar en Ortega y Gasset (aunque vivan en Orcasur), perdiendo los papeles con la segunda caña, no tiene precio.

El tinglado en cuestión está en Mártires Concepcionistas (aunque la entrada esté en Don Ramón de la Cruz), una de esas calles que aún vive en el tardofranquismo. Y junto al Rincón de Jaen 1,2,3 o 4 (nunca sé cuál es), que está situado a escasos 100 metros (esquina Montesa con Don Ramón de la Cruz), se reparten una clientela inconstante y aburrida que habla de product placements, warrants y de las ubres que gasta la nueva de recursos humanos; cagatintas con miopía que a media mañana redesayunan molletes con aceite cordobés, de ese que abrasa la garganta con su recia acidez.
El caso es que se dejen los 1,80 leuros que vale la caña (27 cl aprox) al compás de "El rey de la carretera" de Ecos del Rocio, vuelvan otra vez o no. No parece que necesiten fidelizar clientela. Es más, aveces hay más camareros que libadores. Aunque conviene reseñar que no he visto a los mismos camareros/as en el intervalo de días. Debe ser que los contratan por minutos.

Las tapas... pues según el guiso de cocina, la hora o como se le ponga a los camareros, pero en general suelen ser abundantes. En la última visita nos plantaron un genocidio de chanquetes (creía que estaban prohibidos) del que sólo quedó una treintena de mini-ojos. Raciones no he pedido, no es mi proposito en esta encrucijada tabernaria, pero parecen aceptables en base a la ecuación precio/cantidad/barriada.

En fin, no es mal sitio para tomarse un par de cañas, pero ojo, porque un festín incontrolado de rondas puede subir la cuenta a tres digitos y forzar el simpa.
Cazón en adobo, picos de Jeré, farolillos de feria, cubos de La Guita, camareros rumano/cholos...
¡¡¡¡Qué cojones tiene que ver todo esto con Extremadura!!!!

Arnyfront78 

domingo, 10 de marzo de 2013

Florida Park


Paseo de la República de Panamá, 1 (Parque del Retiro)
Metro: Ibiza (línea 9)
 



El 2 de noviembre de 1976, la primera de TVE estrenaba, la noche de los martes, un programa de variedades presentado por el bigote de José María Íñigo. Millones de españoles se agolpaban frente al televisor para ver a José Luis Perales, Dyango, el trío Acuario y Rafaella Carrá. La mayoría se quedaba hasta el final esperando a que saliera Susana Estrada y enseñara un poco de flequillo púbico. Los que presenciaban in situ el evento, grabado en Florida Park, eran agasajados con una cena. El whisky fluía a litros... allí no se podía fumar más. Una espesa niebla cubría el escenario como en los conciertos de Obús en el campo del Rayo.

El programa acabó meses después de que yo naciera, por tanto toda referencia me ha llegado a través de vídeos. Pero hubo, en mi opinión, dos momentos épicos:

1. Cuatro tiznados nicaragüenses armados con espesas barbas y mostachos daban el campanazo sobre el escenario con una pícara canción  popular. Eran Carlos Mejía Godoy y Los de Palacagüina presentando: "Son tus perjúmenes mujer los que me sulibellan". Todos con pinta de pertenecer a una célula sandinista en Madrid. Canción tan simpática como brasas que a día de hoy siguen tarareando, muy de vez en cuando, nuestros padres. Y si lo menciono es porque, con gran sentido del humor y de la oportunidad, se metieron en el bolsillo a ese público que, hasta entonces, se había mostrado absolutamente acartonado, como parte del decorado. 


2. Pero si por algo se recuerda el programa es por el debut sobre las tablas de un endeble muchacho rubio, con rasgos hermafroditas, que años más tarde se convertiría en un mito patrio. Así es, el 26 de abril de 1977, Miguel Bosé, superado por los nervios, jadeaba "Linda" por encima del playback. En la sombra... su madre, Lucia Bosé, henchida de orgullo y la mirada severa del torero, su padre Luis Miguel Dominguín, probablemente perplejo ante el derroche de sensibilidad de su hijo. Miguel Bosé jamás ha vuelto a desprender tanta ternura, la del hijo que intenta complacer a un padre que desaprueba su naturaleza. La liberación y el éxito dan paso a la soberbia.

Las luces se apagaron para el programa pero no para Florida Park que sigue siendo, desde su origen como pabellón de recreo de Isabel II, una referencia para la farándula más hortera y cirrótica de nuestro país. Actualmente la programación de eventos de la sala es bastante simple: saraos para guiris (con un nombre para mear y no echar gota: "España baila flamenco") y discoteca para chichotes las noches de viernes y sábados. De las sesiones auspiciadas por fiestas tan distinguidas como Coco Loco o Heaven poco que decir: musculocas, caballos a tamaño natural cosidos en Polos, ginchos con crestas higiénicas, rubias con medias mordidas, cyborgs de gimnasio, olor a pota en los cubatas... lo habitual en los bajos de Argüelles hace quince años, pero con menos gracia. Respecto al espectáculo flamenco, con el que rellenan la programación de los días lectivos, sí voy a dar detalles. Recientemente fuimos invitados porque mis acompañantes trabajan en un hotel. Es una especie de atención o coíma que tienen con determinados responsables hosteleros para que lo recomienden. 

Si esa fuese mi intención como empresa organizadora y tuviera un espectáculo tan chusco, lo último que haría sería invitar a cenar empanadillas congeladas y tortilla envasada a quienes tienen que recomendarlo. Me parece un soborno demasiado barato. Ni siquiera nos hinchamos a birras (tercios de Heineken), fuimos moderados cuando no teníamos que serlo (otros que seguramente también estaban invitados le daban al Beefeater). La mesa en la que nos sentaron estaba junto al escenario, con el peligro que conlleva a la hora de ver un show flamenco en el que el sudor que chorrea las greñas de los bailaores podría asperjar el jamón no ibérico del tentempié. El camarero que nos atendió, fue extremadamente educado, como si el tutorial sobre etiqueta del local lo hubiese impartido Cesar Millán (el encantador de perros). Debía tener unos 55 años y probablemente rompía la media de 70 que tiene el personal. Pero lo más impactante es la sala en sí, la decoración, las dos palmeras eléctricas que intentan reproducir el ambiente del Hotel Flamingo de Las Vegas, dos jaulas vacías que dan un aire sadomaso a la perspectiva, mirrorballs del pleistoceno, una tapicería que ya no tienen ni los putis y una enorme lámpara de araña apropiada para presidir el comedor de algún chamizo de la Cañada Real. La asistencia cubría tres cuartas partes del aforo siendo la noche de un miércoles, lo que no está nada mal, y aunque, no se apreciaba mucho entusiasmo, el chou fue recibido con corrección. El silencio lo rompió la poderosa voz de la cantaora, una gitana apayada, con el torax de un bisonte africano, acompañada de un envolvente rasgueo de guitarra. Sobre escena cuatro bailarines con culitos del tamaño de chirimoyas y otras tantas hembras azabaches incendiando las tablas con cada taconeo. No tengo ni idea de flamenco, pero sólo por la entrega de los muchachos, me pareció una faena digna, aunque acabasen berreando "El probe Migué que hace mucho tiempo que no sale". 

Tras el show vuelve de fondo el hilo musical de orquesta de cruceros... es hora de enfilar la puerta y tomarse unas cañas en el primer bar que quede abierto. 
Afuera los negros del parque del Retiro cuidan sus business de media noche mientras una luna nítida, reluciente, parece por momentos descojonarse de nosotros. 

"Adiqui-diqui-diqui...tú lo eres todo, yo no soy ná".







Arnyfront78

jueves, 7 de marzo de 2013

Mesón Sancho

C/ León, 35
Metro: Antón Martín (línea 1)
Botellín: Cruzcampo 1,10€ y Mahou 1,50€. El grifo es de Cruzcampo glacial y el de vermut es Iris.
Tapa: Pinchos variados acompañados de patatas paja, papas con chorifritos...

Especialidades: Entrecot troceado, cazuela Sancho, buey al plato, huevos con chorizo, criollo con patatas, sardinas a la plancha, huevos con jamón, gambas a la plancha...





Al final de la calle León, en el madrileño barrio de Las Letras, semiesquina con la rumbosa plaza de Antón Martín, se encuentra un pequeño bar (aunque su nomenclatura sea mesón), que puede pasar desapercibido para el transeúnte. 

No llama la atención con neones, carteles de ofertas o paneles de esos que anuncian el plato del día con los que, más de uno que yo me sé, se ha hostiado al  huir sin pagar la cuenta. Parece que el mejor reclamo son las espaldas apretujadas bajo el umbral.
Tras su estrecha entrada te topas con un aforo que viene a ser un remake en bar del antiguo estadio de Sarriá... el ambiente es densito. Es probable que con cuatro o cinco amigos que vayas no quepa nadie más. En la trastienda hay un salón con mesas en el que estarás más desahogado, pero yo soy de trincheras, así que, o no puedo entrar, o me tomo la caña con la cara adherida a la tragaperras. Sin duda alguna ha sido uno de los gratos y escasos descubrimientos de abrevaderos del último año. 

Los botijos oscilan entre 1,10€ y 1,50€ dependiendo de si quieres Cruzcampo o Mahou y vienen acompañados de pinchitos elaborados con esmero. Es de agradecer que se curren la tapa algo más que la mayoría de garitos en los que te arrojan lo que tenga más costra. La solera es buena para los vinos, no para el condumio. No creo que cueste tanto poner un poco de imaginación para ofrecer algo potable a quienes dan de comer al negocio. Si a la gente la tratas bien, volverá. 
La decoración es acogedora, de taberna de toda la vida, sin subrayar la antigüedad, sin audacias reformistas. 

 

Quizá el atractivo esté en el equilibrio, en que no han hecho de dicha antigüedad decrepitud (como ocurre en Casa Paco, Casa Ciriaco y La taberna del Alabardero). 
Nadie quiere tomarse una caña en un nicho.
En el Mesón Sancho no hay muertos, sino vivos y !vivas!... a la uva y la cebada.


Arnyfront78 






Datos personales

Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo