background sound

martes, 30 de septiembre de 2014

Manolo 1934

C/ Princesa, 83
Metro: Moncloa (línea 3 y 6); Argüelles (3, 4 y 6)
Caña (no hay botellín): 1,20€ (Mahou)
Tapas: canapeses, aceitunas, papas fritas, mix de frutos secos...
Especialidades: cocido, callos, mollejas, carrillada al horno con patatas, pulpo a la gallega, riñones al jerez, laconada gallega, merluza a la gallega, pastel de verduras, caldo gallego, filete de gallo rebozado con patatas, entrecot, cazón en adobo, queso brie empanado con cebolla caramelizada y mermelada, sandwich de tarta de Santiago, arroz con leche, tatín caliente de manzana reineta, filloa de dulce de leche y plátano, peras al vino tinto...
Menú: 12,50€ (a elegir entre tres primeros y cuatro segundos)




No estaría de más reivindicar la palabra "Casa de comidas" ahora que apenas existen. No me refiero al Flower´s de Las Rozas o al edificio número 127 del paseo de Las Delicias, sino a esos comedores o comederos de toda la vida a los que la gente acudía con cierta garantía de salir bien comido. Buena comida sin mariconadas, sin extravagancias ni trampantojos... nada de tapitas, picoteos y degustaciones que cuestan mucho y llenan poco. 

Hablamos de un primero de puchero, un segundo pasado por la sartén y un postre que remate el empacho o que ayude a digerir el banquete. Esas casas de comidas tenían culto propio, parroquianos habituales que no faltaban al cocido del martes o a las fabes del viernes, soladores y encofradores que radiografiaban los muslos de la hija del dueño mientras roían chuletitas de lechal, postres tan caseros que tenían salmonelosis y, sobre todo, un vínculo aveces fraternal y aveces fraticida entre servidores y servidos. Recuerdo con anhelo una casa de comidas que había en la calle Jaime Vera que ni siquiera tenía barra. 

Allí se comía con vino o con vino con casera. Ni cerveza, ni sangría, ni Fanta, ni Cherry Coke ni mierdas por el estilo. Abría sólo de 13 a 16 horas y tenía un único menú... el que le salía del coño a la cocinera. Comías encima de un hule y dejabas propina en función de la intensidad del eructo. Ya no hay sitios así o quedan muy pocos; pero aun quedan tascas, tabernas y restaurantes con solera contrastada que, sin poder mantener esa pureza visigótica aplastada por la presión que ejerce la modernidad como numen de la hostelería contemporánea, preservan parte de ese espíritu que tenían las casas de comidas de antaño. 

Casa Manolo lleva tiempo acometiendo esa transición hacia una modernidad ectoplasmática con bastante acierto en los tiempos y en las formas. La prudencia y respeto con la que se ha llevado acabo la reciente reforma de esta emblemática casa inaugurada en tiempos prebélicos (1934), habla de una oportuna puesta a punto necesaria para seguir a flote. Un lavado de cara con reservas, no obstante, ya que si ha celebrado (o va a celebrar) 80 años ininterrumpidos no ha sido por ser santo y seña de las vanguardias, sino por  persistir en la tradición como eficaz sistema de trabajo. "Ajenos a crisis y modas" apostilla José Ramón Rodriguez López, propietario del tinglado. No podía ser de otra manera. La mayor parte de asiduos que pasan por allí al mediodía o al caer la tarde para alternar vinos con manolitos (las famosas tostas del local) podrían participar en un casting juvenil de Garci. 
 
www.albertogranados.com
Sinceramente hay mesas en las que la suma de años de todos sus integrantes supera a los de la Dama de Elche.
Hay usuarios de internet que en las distintas plataformas de crítica hostelera afirman que es punto de encuentro de universitarios. Si por universitarios entienden a octogenarios que vienen de hacer una licenciatura de macramé en el centro de día, entonces estoy de acuerdo. Los universitarios, por desgracia, no tienen tan buen gusto. Sólo van a los bares de la zona de Argüelles y Chamberí en los que ponen arteriosclerosis con bravioli de aperitivo. En mis años universitarios (que fueron unos cuantos), jamás oí a nadie decir... "vamos a Casa Manolo a comer callos"... más bien oí... "vamos a pillar una botella de Ballantine´s y a enseñarle el rabo a las camareras del Twin Madriz". 

El hecho de estar situado muy cerca de Moncloa no lo hace, per se, bar universitario, sino, más bien, refectorio donde honrar a la buena mesa. Buena mesa gracias a los cuarenta y cinco años que Manuel Besteiro lleva sudando junto a la lumbre. Supongo que algo se aprende cuando cocinas durante cuatro décadas y media. Algo de esa humildad que tuvieron y tienen la mayoría de cocineros que desde la fragua de vulcano hacen posible la mágica alquimia de transformar alimentos en manjares, debería contagiar a esa pretenciosa generación de vedettes con manos sin callos que quiere recibir la estrella Michelín el primer día de clase en la escuela de hostelería. Manuel Besteiro y Casa Manolo nada tienen que ver con esa patológica búsqueda de técnicas nuevas y exclusivas que han convertido las cocinas en laboratorios. 

Podrán inventar sorbete de callos, carpaccio de callos aromatizados con sal corporal de mujer abisinia o esferificaciones de callos sobre un lecho de escroto de suricata albino, que, al final, será el cruel e inclemente paso del tiempo el que juzgará qué callos sobreviven incólumes y qué otros son flor de verano fruto de osadías más frívolas que revolucionarias. Los callos de Casa Manolo llevan ochenta años haciendo chup-chup en la marmita. Casi ná...
Espero que se nos pase la tonteria y que en ochenta años el único cocinero moderno contemporáneo que, con justicia, recordemos sea Walter Hartwell White, es decir, el todopoderoso Heisenberg.

Arnyfront78

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Casa de Asturias

C/ Argumosa, 4
Metro: Lavapiés (línea 3)
Botellín: 1,30 (Mahou)
Caña: 1,30 (Mahou)
Tapas: papas con salchichas, croquetas, carne en salsa, canapeses (de lacón, salchichón, queso con membrillo...)
Especialidades: churrasco troceado, papas al cabrales, pastel de cabracho, fabada, setas al cabrales, revuelto de oricios, verdinas con marisco, chorizo a la sidra, chuletillas de lechal, pimientos de padrón, mollejas de lechal, fabes con almejas, callos de puchero...



Casa de Asturias suena a consulado. Podría confundirse con una oficina diplomática del Principado en Madrid, al estilo de la casa cultural albanesa en Gaborone. Pero no es así. Es una sidrería monda y lironda sin otra misión representativa de la hermosa Asturias que la que le atribuye el nombre. Inaugurada en 1999 por dos socio-primos oriundos de Luarca ha arraigado de tal forma en la Lavapiés más meridional que hay quien asegura  en interné que lleva toda la vida. 

Es verdad que parece anclada desde hace siglos en esa esquina tan concurrida de Argumosa con Salitre, pero sólo lleva 15 inviernos. Tengo empastes con más edad. No obstante, es meritorio que, para el imaginario colectivo, 15 años parezcan décadas. Eso quiere decir que el negocio tiene sólidos cimientos. Es indudable que la Casa de Asturias es un referente para tomar cañas en la playera calle Argumosa. A diferencia del resto de bares que han florecido para aprovechar el tirón que tienen las terrazas, la Casa de Asturias apuesta por arrebañar clientes de aquí y de allá, ya sean adictos a la terraza, la barra o el váter. 

No es reserva de tribu urbana; allí se juntan ancianos que toman chatos a hurtadillas de la parienta, mozas con sus mozos, chupipandis que comparten croquetas, mercaderes del cultural establishment, pijos vestidos de pobres, pobres vestidos de pobres y fervientes defensoras del hiyab porque no tienen que llevarlo. Lugar de paso para encarar la noche con la sangre a medio hervir, barra para escanciar alborozo, mesa donde trinchar lo que sea menester y, sobre todo, exponente de una cocina asturiana algo sudorosa (por los sudores de la sobremesa y por los sudores al sacar la cartera). Si ya lo conocéis habréis podido constatar que es un buen sitio para tomar infinidad de cañas y un par de raciones. 


Distinto es sentarse a comer en serio. Aceptar un ordago a la grande sólo evidencia que la oferta gastronómica hace equlibrios entre la corrección y la espesura. Hay platos bien ajustados como las fabes, las carnes, las setas al cabrales... y hay otros que naufragan en el desacierto. Un revuelto no puede costar 13 euros, aunque los huevos vengan de Buckinham. Y qué decir del cachopo... parece el hermano amorfo de Bob esponja. Sin duda hay asturianos mejores en la capital, como también es cierto que siempre hay alguien más guapo, más inteligente, con más dinero o que va mejor al váter. 

Buscar absolutos es, cuanto menos, cansino. En definitiva, un sitio acogedor, jovial y concurrido que invita a una embriaguez inciensada por el acre olor del cabrales.
El servicio resulta correcto aunque hay quien observa cierta aspereza de los camareros. Creo que hay demasiados clientes cuyo nivel de exigencia demanda felaciones a dos carrillos como gentileza de la casa. 

Me fijo en un retrato del dueño con el inolvidable Luís Aguilé. Gran cómico con porte abúlico o individuo melancólico con vis cómica. Quizá uno de los pocos argentinos (junto al Yayo, Borges, el Cholo y Daiana Antivero con los pezones rebozados en farlopa) al que no enviaría en pelotas a currar de liquidador al reactor 3 de Fukushima.


Arnyfront78

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cervecería Noviciado

C/ San Bernardo, 51
Metro: Noviciado (línea 2)
Botellín: 1,10€ (Amstel)
Caña:1,10 (Amstel)

Tapas: papas fritas, patatas ali-oli, aceitunas...
Especialidades: tortillas (española, con sobrasada, con jamón y queso, con salchichas, queso y mostaza, de philadelphia y anchoa), papas bravas, hamburguesa, perrito, oreja a la plancha, platos combinados...



Escena 1:

Pantalla en negro y letras en blanco... "Los bares tradicionales españoles desaparecen del centro de Madrid. Sus dueños se preguntan por qué."
Escena 2:
Fachada del Bar Noviciado, impertérrito junto a la lúgubre estación de metro de San Bernardo. De su vetusto rótulo amarillo no falta ni una letra; ni siquiera las que advierten que tiempo ha Schweppess era una marca capaz de competir por el trono del reino del refresco.  
Un chico aliñado de vagabundo habla por el móvil. Bajo el quicio, encogida por el frio, la florista cuida su negocio ninguneada por el indifierente trasiego de peatones... nadie quiere flores en invierno, por lo menos en Madrid.   

Escena 3:
Inserto de un cartel rotulado a mano: bocadillos a precios asequibles, incluso ofensivos para quienes asocian de forma inexorable la calidad con el dispendio. A través del cristal se divisa la vida de un bar silenciada por el rugir de coches, motos y voces inconexas. El perfil de un hombre consume un botellín mientras un segurata apura esos preciosos minutos de escaqueo del curro. 

Escena 4: 
Plano bajo que muestra la barra y a un hombre apoyado en ella. Ya no hay ruido... circula ese rumor incómodo que tiene un bar cuando está vacío. Una voz en off, una voz resignada, explica: "Ésto lo cogió mi abuelo en el 47; luego lo llevó mi padre y yo a partir del 2000. Desde los 18 años... desde los 18 años trabajo aquí."
Escena 5: 
Un anciano encorvado oculta su comida. Cambia el plano y aparece masticando una de esas personas que suele producir hilaridad entre los que son lo suficientemente cretinos para no diferenciar quienes son risibles como ellos y quienes merecen un profundo respeto por el mero hecho de vivir sin poner ni esquivar trampas.  

 Podría haber sido arcabucero en la Batalla de Pavía o místico ortodoxo en la corte zarista. También es posible que tan sólo sea un mendigo masticando su ojo izquierdo en un montadito... cansado de ver lo que nadie ve. Mirada fija desafiante y enajenada... y fundido en negro.

Escena 6:
Vuelve la luz y con ella la silueta de una caña a medio acabar... símbolo y metáfora de este necesario cortometraje documental llamado "La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado" realizado por Ivar Muñoz Rojas y David Álvarez. 


El citado testimonio del exdueño del Bar Noviciado, Luis Ángel García, junto al de los colegas de profesión y hermandad (los responsables del El Palentino, el Lozano y Das Meigas) expone la situación agonizante de las tascas, tabernas y bodegas que durante décadas alimentaron y emborracharon a sucesivas generaciones de madrileños. No hay ni habrá agradecimientos por los servicios prestados, ellos lo saben. Unos sobrevivirán (seguramente sólo El Palentino) y otros (la mayoría) traspasarán el local a nuevos inquilinos que, rebosantes de un entusiasmo algo ingenuo, reformarán esas paredes cargadas de pequeñas y grandes gestas para hacer ambigús con tostas, biblioespás o franquicias de cubos con botellines y acné.
Si consiguen el éxito o van al sumidero  es indiferente para la administración pública. Sobrevolando estará el ministro Montoro para aprovechar los despojos de cadáveres que otrora fueron algo más que sociedades... puntos de encuentro para muchos, inagotables fuentes de energía para todos.
Luis y Mariano dejaron el bar, pero quienes asumieron el legado se han comprometido con ese impulso tan ingrato como satisfactorio que hace del Bar Noviciado un ejemplo de consencuencia y pureza. Ese legado consiste en servir cañas, cafés, bocadillos, croissants y raciones a precios justos y ecuánimes; a no seguir la progresiva política de vender platos mediocres a precios disparatados. Es una mera cuestión de honestidad, de preferir morir preso del mordisco caníbal de una ciudadanía fascinada por la estela de una modernidad que siempre amanece obsoleta, antes que ceder a cambios torpes e igualmente suicidas que no evitarían la muerte del bar español tal y como lo conocemos... (o como lo conocimos). En sus escasos 7 minutos de metraje no hay resquicio para la esperanza, quizá porque no la hay. Sólo es cuestión de tiempo... ellos lo saben.  

Yo quiero ser menos pesimista y algo más cínico. Al final sólo quedarán franquicias horteras, bares modernos, blancos, elegantes, estériles... o saloncitos abigarrados, recalentados, cargados de antigüedades que antes sólo recogían los vagabundos que escarban en los contenedores y que ahora se venden como tesoros de almoneda. Y aburridos nos daremos cuenta de que no hay nada más moderno que lo que no lo es. Puede que para entonces sea demasiado tarde y ya no queden siquiera los cimientos de todos esos bares en los que desayunamos, almorzamos y cenamos junto a aquellos que ahora visten arrugas o que ya sólo están en fotos. El plato cuadrado es la metáfora de la insignificancia, de un presente que caricaturiza al pasado, del desprecio a la memoría, de la fascinación por una vida liofilizada.  

Escurriéndome la chorra en la letrina del Bar Noviciado, me fijo en esas paredes churretosas que permanecen impasibles ante los malos augurios. ¿Cuántas pollas han descargado aquí desde 1947?...
Hace ya unos años, en el fragor de una de esas conversaciones con colegas que justifican seguir vivo, uno de ellos me confesó que su sueño era hacerse un fular con los pelos del culo de Shania Twain. 
Aspiraciones tan líricas y hermosas como esa sólo se forjan en barras así, en barras con platos redondos.

Arnyfront78 


La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado:
https://www.youtube.com/watch?v=6syFNP5pUHE

 

Datos personales

Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo