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lunes, 22 de diciembre de 2014

Taberna Mozárabe

C/ de los Reyes, 6
Metro: Noviciado (línea 2) o Plaza de España (líneas 3 y 10)
Caña (no hay botellín): 1,50€ (Mahou)
Tapas: canapé de tortilla, de salmón, de paté casero...
Especialidades: tortilla de patata y verduras, carne asada a la pimienta, tigres, albóndigas, croquetas de jamón, boquerones en vinagre, ternera con queso y jamón, queso curado con guindillas, flamenquines, ensaladilla de cangrejo...



De vez en cuando se agradece encontrar un bar con barra afónica, mesas ocupadas por personas que hablan en braille y camareros que no te atienden como si estuvieran pastoreando ovejas. La Taberna Mozárabe es un sitio así, agraciado con el inusual atributo del sosiego. A medio camino entre cervecería monacal y pub abasí, nada tiene que ver con la profusión de nuevos "espacios" (como gustan de llamar a bares que no lo parecen) afectados por la insoportable levedad del pedorrismo. 


Su climax confidencial e incluso aburrido para los que buscan farra, no es fruto de frígidas imposturas new age, ni de ingrávidas pretensiones emprededoras, sino del temperamento abúlico de su propietario, el ínclito libanés, que ha entendido a la perfección que un pueblo tan pendenciero como el madrileño necesita tregua de vez en cuando. Para esos momentos en los que uno quiere saborear una birra bien tirada, alejado por unos instantes del desenfreno que impone esta ciudad, está esta lúdica mazmorra que se podría confundir con un puti regentado por la archidiócesis de Madrid. 

La atención es exquisita, tanto que incluso desconcierta por su excepcionalidad. Aquí, en la meseta, estamos habituados a dos tipos de camareros: el desagradable a secas y el graciosete cansino en permanente actitud de ligón sarnoso. El camarero avezado, discreto y amable es una rara avis de otras latitudes. Otra cosa es que, a pesar de la autenticidad de la propuesta, sea frecuentada por todo tipo de público... recuas inglesas sedientas, tipos solitarios que maridan sus lecturas con Beefeater e incluso parte del postureo más florido de Malasaña en busca de nuevos bares que corromper.   

Es probable que el hilo musical que suena de fondo, a base de adagios y allegros, favorezca el tránsito intestinal de los modernos.
La caña no es un regalo (1,50€) teniendo en cuenta su tamaño, pero se ve compensada con aperitivos en condiciones... canapés de tortilla, paté o salmón muy bien elaborados. La tortilla suele constar en distintas listas redactadas por las/os más tortilleras/os como una de las mejores de la ciudad. El paté garantiza sobremesas volcánicas y las albóndigas son un no parar de mojar pan en su salsa bruñida con especies. Carne asada a la pimienta, tigres que no rugen, croquetas entradas en carnes... raciones todas ellas bendecidas por manos diestras. 

En definitiva, tenebre cenáculo en el que se puede comer, trabajar con el ipad, dormitar mecido por "Pedro y el lobo" de Prokofiev, escuchar verdades aburridas, susurrar mentiras excitantes e incluso beberse todas las botellas que elegantemente adornan los entrepaños tras la barra y balbucear a tientas el réquiem melancólico que exhala un "león en invierno": "hubiera podido conquistar Europa entera, pero ha habido demasiadas mujeres en mi vida".

Arnyfront78

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Bar Diaz

C/ Embajadores, 65
Metro: Embajadores (línea 3)
Botellín: 1€ (Amstel)
Grifo de Amstel
Tapas: tortilla, mejillones a la vinagreta, papas fritas, canapeses...
Especialidades: papas bravas, ali-oli, oreja, torreznos, champiñones, morcilla, ensaladilla rusa, chopitos, boquerones fritos, callos, gambas al ajillo, pimientos de padrón, lacón a la gallega y a la vinagreta...



A escasos cien metros de la Glorieta de Embajadores, enfrente de los congelados La Sirena y un kebab con sospechas septicémicas, ...allí donde aparcan las cundas que van a la Cañada Real cargadas de yonkis y esputos con sangre, se situa esta cervecería tipicamente arganzuelera donde uno se imagina a Torrente desayunando Cazalla. Y digo arganzuelera porque los bares de este distrito entrañable tienen idiosincrasia propia. Salvo excepciones se caracterizan por el feismo, el guarrismo y el baratismo. 

Pero a su vez son bares con alma y arraigo. A poco que uno tenga la sensibilidad suficiente para apreciar la fealdad como una manifestación de nuestra mísera condición humana, igual o más atractiva que la belleza, simpatiza enseguida con sitios así en los que los hombres perseveran a pesar de la vida y la vida persevera a pesar de los hombres. Olor que impregna, suelo enmoquetado por servilletas y güitos, liquidillo seroso sobre la barra y un expositor con viandas tan abstrusas como poco apetitosas. ¿Por qué dejar a la vista carnes resecas, una piscina de pimientos fritos, guisos indescriptibles e incluso octópodos amortajados en hojas de lechuga? ¿a quién le parece apetecibles?...qué más da... están ahí como naturalezas muertas, como las reses destripadas con las que Bacon envileció a Inocencio X, como necrófilo vestigio de ibéricas pulsiones crudívoras.  

Pensionistas ociosos, cazadores de menús del día de ocasión, se dirigen al comedor con evidente inquietud ante el riesgo de acabar comiendo tarde. Obsesionados por regular horas, minutos y segundos contemplativos; sumidos en la estricta repetición de actos mezquinos. Fuera, en el burladero que rodea la barra, tres sesentonas uniformadas con chandal y nylon guateado, sentadas en sillas compradas en algún stock de la carretera de Toledo, rumian unas ali-oli lanzándose perdigonazos de mahonesa al hablar. Vienen de andar deprisa por el barrio. Han quemado cuarenta calorías y ya han recuperado quinientas. Un camarero ecuatoriano nos sirve los botellines. Hay una oferta de Amstel a 1€. También hay ofertas de cubos. Cuando no estás bendecido por los blogueros de moda hay que abaratarse para seguir jugando en el cruel monopoly de la oferta y la demanda. De aperitivo... dos canapés de tortilla con mojo picón y mejillones a la vinagreta. Todo en el mismo plato. 

En la tele que pende sobre la cámara de los postres, Mariló Montero, esa hembra tan montable como perversa, elucubra teorías metempsicóticas respecto al alma de los asesinos, humilla a sus reporteros en directo o mete el dedo en una masa de bizcocho y se lo rechupa con sórdida torpeza. 
En la puerta, el vendedor de cupones se hace el ciego al paso del culo de una moza que entra en el bar en busca de tabaco. El resto del tiempo intenta beber de un sol que apenas calienta ya a la hora del ángelus. 

Y en un extremo, castigada en un ring más duro que el del boxeo, retoza una especie de mantícora con el cutis resbaladizo de Raquel Mosquera y el cuerpo del Gerard Depardieu ruso. Acaba pidiendo la cuenta, algo confusa, entre tubos con posos de ginebra y servilletas con marcas de besos.
Es mediodía y un poquito más, de un lunes de otoño en esta ciudad de anchas caderas que acepta todo y a todos con la amarga resignación de un suicida sin extremidades. Y mañana más.

Arnyfront78

martes, 25 de noviembre de 2014

Padrao

C/ Travesía Parada, 4
Metro: Noviciado (línea 2)
Tubo de cerveza (no hay caña ni botellín): 2€ (Mahou)
Tercio (Mahou): 2,50€
Tapas: Sandwiches, canapés, tortilla de patata y jamón...
Especialidades: chuletón de buey con pimientos y patatas (15€), pulpo, morcilla, croquetas de jamón, almejas a la marinera, oreja a la plancha, solomillo, pulpo a la gallega, chuletillas de cordero, alitas, pimientos de Padrón, sepia a la plancha, chorizo frito, gambas a la plancha, bocatas kilométricos a 5€ y platos combinados a 7€...





Gallego injustamente excluido del circuito de bares de la capital que obsequian a sus clientes con comistrajos revienta buches. A pesar de estar situado en pleno centro (a unos 300 metros de Plaza de España y a 500 de Callao), no es referente para eso de comer a base de aperitivos, salvo para los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Supongo que la afluencia de agentes uniformados es una de las razones por las que parte de la ciudadanía madrileña obvia un bar que agasaja generosamente a su clientela. Entiendo que es difícil encontrarse cómodo rodeado de tipos con pistola. 

Son los encargados de velar por la seguridad del estado y el cumplimiento de la ley pero un arma siempre es y será una herramienta de dar muerte que, inevitablemente, corta digestiones. El por qué del flujo permanente de policías, militares, guardias civiles y guardias reales resulta cuanto menos curioso. La proximidad de las comisarías de las calles Luna y Leganitos, del Ministerio de Justicia y del Palacio Real ayudan pero no son determinantes. Hay otros bares cercanos con buen café caliente (bebida habitual de la policía), que no reciben tal aluvión de porras de las que magullan. 

La razón es que el dueño, Don Pedro Padrao, expolicia reciclado a tabernero en el mejor de los casos, civil frustrado por no haber sido policía o diagnóstico patológico de manual si se trata de un friki al que se le ha ido la olla viendo Cops, aquel reality noventero en el que agentes arios de la LAPD capturaban in fraganti a malhechores negros con dientes de oro, al ritmo del "Bad boys, bad boys, whatcha gonna do, what you gonna do when they come for you?", ha hecho de su tasca un reducto gastrocastrense destinado a la adulación del personal uniformado. La exaltación de símbolos patrios, la exhibición de placas de cuerpos de policía de todo el mundo e incluso fotografías de merchandising paramilitar que se podía adquirir en Padracops (ya está cerrada), la tienda-oploteca situada en la calle de las Minas, propiedad del dueño del bar, hace que la milicienta (como diría el joven Alex rodeado de sus drugos) se sienta como en casa.  
No tienen caña ni botellín; la apuesta mínima es el tubo de cerveza que cuesta 2€.  A cambio te ves recompensado con un frutero lleno de sandwiches, canapés de tortilla y de jamón. El sandwich es aglomerado de pan con un folio de fiambre de york. El resto... bien... una tortilla decente. En general el bar es visitable y está bastante limpio para lo que uno se puede encontrar en tascas de dicha ralea. Las raciones son bastante asequibles y los bocatas (a 5€) son barras enteras rellenas de ambrosías. Además abre para los desayunos y cierra cuando ya no quedan ni lumis en las calles.
Me reconforta ver a los señores agentes tranquilos, pidiendo montaditos para llevar, infusiones calentitas y alguna que otra caña bebida de soslayo. Incluso a veces parecen seres humanos, en vez de mastines adiestrados para obedecer sin cuestionar y hacer obedecer a quienes cuestionan. 

La última vez que vi a la policía irrumpir en un garito, la  gente se divertía. Entonces paró la música, volaron bolsas granuladas y se encendieron las luces. La fiesta se acabó... se restableció el orden. La única música que debería cesar algún día es la de ese arbitrario: "su documentación, por favor", cargado de violenta educación... necesitado de armas para hacerse respetar. 
...Y de vez en cuando... ejecutar la heroica tarea de desahuciar a octogenarias con bypass.


Arnyfront78

martes, 11 de noviembre de 2014

La Pequeña Graná

C/ Embajadores, 124
Metro: Delicias (línea 3)
Botellín: 1,50€ (Alhambra)
Caña: 1,50 (Alhambra)
Tapas: a elegir entre 22 opciones por cada consumición. OJO!...A partir de dos consumidores en adelante deberán elegir todos la misma tapa. Las tapas cambian cada cierto tiempo. Las más populares a día de hoy son: mini burger con queso, fajita de pollo y verduras, mollete de jamón serrano y queso, pincho moruno, quesadilla de gulas al ajillo y queso, huevos rotos con jamón, tosta de queso de cabra y bacon crujiente, croquetas de jamón ibérico, mollete de oreja, tosta ibérica con ajo-perejil y cebolla crujiente...





La primera vez que fui a Granada, hace unos quince años, iba advertido del pantagruélico proceder que hay en los bares al poner el aperitivo. No obstante, no dejó de sorprenderme, aun siendo de Madrid (en donde la tapa es ley), lo excesivo del asunto. Excesivo, peyorativamente, en la mayoría de ocasiones... con revoltijos desmesurados, asediados por patatas, chorretosos, deformes, deslabazados, agustiosos y, sobre todo, incluidos de forma torticera en el precio de la bebida. Es evidente que hay fans incodicionales del detritus y de los bares gastricidas. 

Siempre he admirado a esas trituradoras humanas capaces de deglutir gachas con panceta y sirope de kiwi con la misma solvencia que una ensalada cesar, pero no es lo mio. No me interesa la tapa-fórmula granadina de poner la caña por encima de los dos euros por mucho aperitivo que pongan. A un bar voy, principalmente, a beber, no a criar. Por eso, pasados los primeros días de desconcierto, acabé enganchado a los míticos bocatas de Aliatar y a los litros de Alhambra junto al Darro.
La Pequeña Graná de la calle Embajadores (la de Reina Victoria echó el cierre cuando se estaba inaugurando) es uno de los bares de la corte y villa abonado al aperitivo a la carta. Por cada consumición (ya sea caña o Chivas), puedes elegir una tapa entre una oferta de veintidós. 


Esta praxis tiene sus pros y sus contras: por un lado, la libertad de elección del consumidor acaba con la temida arbitrariedad del camarero; es decir, el fin de amiguismos y agravios comparativos como recibir unas ali-olis antibióticas mientras el de al lado come jamón. Además es difícil no encontrar algo minimamente potable entre 22 tapas. Inconvenientes... el abuso de fast food en miniatura, fritos insumergibles y hacinamientos desagradables a la vista y olfato. Tampoco se entiende que poder escoger la tapa lleve acarreado el incremento injustificado del precio de la bebida. Poder elegir entre caca de perro y excrementos humanos no cambia la certeza de que ambas son mierda. 

Por suerte, La Pequeña Graná no sirve heces y el precio del botellín está en los límites de lo aceptable. Sus tapas pueden decepcionar a quienes ponderan la cantidad a la calidad y viceversa. No son vomitivamente descomunales ni tampoco excelsas, pero sí ecuánimes. Cumplen con creces el cometido de un aperitivo: auxiliar a la caña, no desbordarla. Fajitas de pollo, mini-burgers con queso, cazuelitas... pinchitos todos ellos en formato micro-machine que parecen sacados del imaginario indigesto de un adolescente londinense. Esta semana en el top ten de La Pequeña Graná no está el mollete de Katy Perry sino el de jamón y queso. Así, ronda tras ronda, las masas, salsas y fritos van compensando la pleamar alcohólica que anega el torrente sanguíneo. Es muy probable que salgas de allí muy pedo, pero al menos tendrás algo prescindible que potar. 

Otro factor positivo es la limpieza. Sobre todo teniendo en cuenta que hay fosas séptica menos infectas que algunos bares de Embajadores, Ferrocarril y Santa María de la Cabeza. El ambiente entre semana es grato, los fines de semana no. Demasiados grupos estridentes festejando no se sabe qué. Incluso hay quienes se atreven con las ofertas vikingas de la casa.La más terrorífica incluye: barril de 30 litros de cerveza + 10 refrescos + 6 jarras de tinto + 15 raciones elegidas por la casa = 330€. El cubo para rabar no está incluido, lo tienes que traer de casa. Para esto hay acondicionado un salón "exclusivo" en el que podrás poner tu propia música e incluso vídeos lésbicos si es menester. Un salón distinguido capaz de albergar desde un congreso de UPyD hasta una misa negra... o mejor aún... una misa negra oficiada por Rosa Diez. Bufff!!!!

Arnyfront78

miércoles, 29 de octubre de 2014

Sabores patagónicos

Glorieta Puente de Segovia, 1
Metro: Puerta del Ángel (línea 6)
Caña (no hay botellín): 1,50€ (Estrella de Galicia)
Tapas: minitartaleta de queso...
Especialidades: empanadas (capresse, carne criolla, pollo, cebolla y mozzarella, roquefort, carne con pasas y aceitunas negras...), tartaletas (manzana, ricota, membrillo, coco con dulce de leche, queso con frutos rojos, dulce de leche con nuez, de picos de chocolate con dulce de leche...), alfajores (chocolate negro, chocolate blanco, almendras, maizena), pizzas, pasta fresca, pollo en escabeche, quiches, berlinesas de dulce de leche, milhojas, porciones de tarta...

 




 A finales de los ochenta, el Mesón Quinta de Goya tenía un apañado equipo de fútbol. Participaba en aquella inefable liguilla de bares del Paseo de Extremadura entre los que estaban el Chiqui, el Solmar y el todopoderoso Ávila. 

Jugaban los domingos por la mañana sobre la tierra agreste del campito del barrio Goya. En la ladera del montículo que servía de palco, los abuelos insultaban a un árbitro tan fofo como asustado que trataba de establecer reglas mínimas en aquel sin Dios. Delanteros sin gol driblaban a defensas fuera de forma.... el portero echaba mano a un botellín de Mahou cuando se alejaba el peligro... el segundo árbitro llevaba un cartel en la espalda que ponía "chupo pollas en el vestuario"... gitanillos en chanclas y con los mocos haciendo pompas rulaban con la bici en busca de balones extraviados... el bar agotaba existencias antes del descanso...

Aquello no era una liga ni era nada pero yo, un crío que soñaba con las proezas de Futre, Julio Alberto y el gol de chilena que el polilla Da Silva le hizo al Valencia, era la Champions league que me podía permitir. Como ocurre con todas las cosas buenas que la fascinada visión de un niño idealiza, afortunadamente desaparecen para que no puedan ser juzgadas por el inclemente cínismo que se adquiere con la edad. 

Todos aquellos trofeos de latón engalanaban las orgullosas repisas de aquel mesón que, en realidad, era una cafetería con exceso de artrosis y olor a croissant. Una cafetería que regentaban un padre y su hija y que hace tres o cuatro meses echó el cierre. La última vez que pasé por allí estuvo a la altura de una digna despedida. Fui a ver el Milan - Atleti de octavos de la Champions con mi compadre Julio. 

Allí presencié una de esas riñas que si uno no está presente no se la cree. El dueño de un perro exhortaba a un par de fumadores a que dejaran de hacerlo dentro del bar. A su vez, dichos fumadores reprendían al dueño del perro la entrada de animales en un establecimiento público. Todos exigían la rigurosa aplicación de la ley a los demás y su inaplicación a ellos mismos. Unbilievable!... nadie ha podido describirlo mejor que el canciller de hierro: "España es el país más fuerte del mundo. Los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido" (Otto von Bismarck). 


 No voy a echar tanto de menos la Quinta de Goya como su pacharán, pero siempre es triste el fin de un bar. Muerta una planta, nace otra y ahora unas chicas y chicos argentinos han cogido aquello para convertirlo en una tienda de dulces y salados de su tierra con barra para que te los puedas comer in situ. Empanadas, tartaletas, alfajores, pasta y pizzas... parece ser que todo  hecho allí mismo por manos artesanas. Se mantiene la disposición del antiguo mesón pero libre de filigranas. Barra maciza, tarima flotante, paredes desnudas y un expositor repleto de manjares que, sin duda, es el epicentro del bar. 

Trato amable, sobrio, sorprendentemente mesurado para la habitual verborrea argie. Y una terraza a la sombra de la torre de los militares que mira con el ojo izquierdo al Chacón y con el derecho al puente de Segovia.
Las imagenes corresponden a empanadas ( a 1,80€ la unidad) de jamón y queso, caprese, de carne con pasas y aceitunas negras y una de roquefort que huele a vestuario de cuartel. No son las de Zabala ni para bien  ni para mal, son distintas. 


Y aunque el dulce no es lo mio he de reconocer que la tartaleta de membrillo está bastante buena. En fin, un lugar nuevo en nuestros predios con mejor pinta que precios y con viso de convertirse en un referente para los golosos/as del barrio... que hay muchos/as.

Arnyfront78

martes, 14 de octubre de 2014

La Alegría

C/ Veneras, 7
Metro: Callao (líneas 3 y 5)
Caña (no hay botellín): 1,30€ (Mahou)
Tapas: tortilla, aceitunas, boquerones en vinagre...
Especialidades: callos, lacón, tortilla, bonito con tomate, sardinas escabechadas, anchoas, jamón o lomo ibérico...

















 

Hoy os quiero yo lanzar
ripios de mala rima.
No son tristes alegatos
sino loas de alegría.

Oculta en callejón estrecho,
estrecha como cruel flaca,
cantina de puerto urbano,
capilla que inspira y salva.

Corraliza andalusí,
o chusco pesebre castizo
con una bandera asturiana
que acaba rizando el rizo.

La Alegría de erigirse
en museo costumbrista
da color al albino, al borracho,
a la puta y al taxista.

Entre chatos sangre y clarete,
espumas, burbujas y sodas
busca su sitio un filete
o una tortilla burlona.

Lacón curado en la casa,
callos de toma y moja,
boquerones en vinagre
y en el váter... lonchas de coca.

Sobre banquetas melladas
o asidos a ubres prietas
fluye el charla que charla
 cual fuego de metralleta.

Demasiada gente el viernes,
demasiada gente el martes,
a veces parece aquello
el coño de Holly Michaels.

Marqueses de la impostura,
esgrimistas de tercios,
guapas impenetrables,
jubilados en excesos...

camastrones y golferas,
errantes de la rondalla,
todos esperan que Beni
sirva las cañas heladas.

Y qué decir de Fermín,
consagrado tabernero,
con su arte "crisopéyico"
hace del vino un suero.

Aquí no hay tele que valga,
ni wifi... ni pijerías,
...barra pa apoyar el codo, 
caldos rojos y compañía.

Semillero de noches locas,
fin de fiesta del prudente;
cada uno elige su meta:
fría, tibia o ardiente.

Para algunos bar de viejos, 
para muchos un hogar, 
para mi una referencia
del privar y el meditar.

Y si es difícil entrar,
más difícil es salir...
porque de la buena farra
nunca se debe huir.

"En una tasca del puerto
gastaba tiempo el viajero.
Presente estaba el silencio 
que limpia el alma del bueno."
(Instantes; Malevaje)

Arnyfront78


martes, 30 de septiembre de 2014

Manolo 1934

C/ Princesa, 83
Metro: Moncloa (línea 3 y 6); Argüelles (3, 4 y 6)
Caña (no hay botellín): 1,20€ (Mahou)
Tapas: canapeses, aceitunas, papas fritas, mix de frutos secos...
Especialidades: cocido, callos, mollejas, carrillada al horno con patatas, pulpo a la gallega, riñones al jerez, laconada gallega, merluza a la gallega, pastel de verduras, caldo gallego, filete de gallo rebozado con patatas, entrecot, cazón en adobo, queso brie empanado con cebolla caramelizada y mermelada, sandwich de tarta de Santiago, arroz con leche, tatín caliente de manzana reineta, filloa de dulce de leche y plátano, peras al vino tinto...
Menú: 12,50€ (a elegir entre tres primeros y cuatro segundos)




No estaría de más reivindicar la palabra "Casa de comidas" ahora que apenas existen. No me refiero al Flower´s de Las Rozas o al edificio número 127 del paseo de Las Delicias, sino a esos comedores o comederos de toda la vida a los que la gente acudía con cierta garantía de salir bien comido. Buena comida sin mariconadas, sin extravagancias ni trampantojos... nada de tapitas, picoteos y degustaciones que cuestan mucho y llenan poco. 

Hablamos de un primero de puchero, un segundo pasado por la sartén y un postre que remate el empacho o que ayude a digerir el banquete. Esas casas de comidas tenían culto propio, parroquianos habituales que no faltaban al cocido del martes o a las fabes del viernes, soladores y encofradores que radiografiaban los muslos de la hija del dueño mientras roían chuletitas de lechal, postres tan caseros que tenían salmonelosis y, sobre todo, un vínculo aveces fraternal y aveces fraticida entre servidores y servidos. Recuerdo con anhelo una casa de comidas que había en la calle Jaime Vera que ni siquiera tenía barra. 

Allí se comía con vino o con vino con casera. Ni cerveza, ni sangría, ni Fanta, ni Cherry Coke ni mierdas por el estilo. Abría sólo de 13 a 16 horas y tenía un único menú... el que le salía del coño a la cocinera. Comías encima de un hule y dejabas propina en función de la intensidad del eructo. Ya no hay sitios así o quedan muy pocos; pero aun quedan tascas, tabernas y restaurantes con solera contrastada que, sin poder mantener esa pureza visigótica aplastada por la presión que ejerce la modernidad como numen de la hostelería contemporánea, preservan parte de ese espíritu que tenían las casas de comidas de antaño. 

Casa Manolo lleva tiempo acometiendo esa transición hacia una modernidad ectoplasmática con bastante acierto en los tiempos y en las formas. La prudencia y respeto con la que se ha llevado acabo la reciente reforma de esta emblemática casa inaugurada en tiempos prebélicos (1934), habla de una oportuna puesta a punto necesaria para seguir a flote. Un lavado de cara con reservas, no obstante, ya que si ha celebrado (o va a celebrar) 80 años ininterrumpidos no ha sido por ser santo y seña de las vanguardias, sino por  persistir en la tradición como eficaz sistema de trabajo. "Ajenos a crisis y modas" apostilla José Ramón Rodriguez López, propietario del tinglado. No podía ser de otra manera. La mayor parte de asiduos que pasan por allí al mediodía o al caer la tarde para alternar vinos con manolitos (las famosas tostas del local) podrían participar en un casting juvenil de Garci. 
 
www.albertogranados.com
Sinceramente hay mesas en las que la suma de años de todos sus integrantes supera a los de la Dama de Elche.
Hay usuarios de internet que en las distintas plataformas de crítica hostelera afirman que es punto de encuentro de universitarios. Si por universitarios entienden a octogenarios que vienen de hacer una licenciatura de macramé en el centro de día, entonces estoy de acuerdo. Los universitarios, por desgracia, no tienen tan buen gusto. Sólo van a los bares de la zona de Argüelles y Chamberí en los que ponen arteriosclerosis con bravioli de aperitivo. En mis años universitarios (que fueron unos cuantos), jamás oí a nadie decir... "vamos a Casa Manolo a comer callos"... más bien oí... "vamos a pillar una botella de Ballantine´s y a enseñarle el rabo a las camareras del Twin Madriz". 

El hecho de estar situado muy cerca de Moncloa no lo hace, per se, bar universitario, sino, más bien, refectorio donde honrar a la buena mesa. Buena mesa gracias a los cuarenta y cinco años que Manuel Besteiro lleva sudando junto a la lumbre. Supongo que algo se aprende cuando cocinas durante cuatro décadas y media. Algo de esa humildad que tuvieron y tienen la mayoría de cocineros que desde la fragua de vulcano hacen posible la mágica alquimia de transformar alimentos en manjares, debería contagiar a esa pretenciosa generación de vedettes con manos sin callos que quiere recibir la estrella Michelín el primer día de clase en la escuela de hostelería. Manuel Besteiro y Casa Manolo nada tienen que ver con esa patológica búsqueda de técnicas nuevas y exclusivas que han convertido las cocinas en laboratorios. 

Podrán inventar sorbete de callos, carpaccio de callos aromatizados con sal corporal de mujer abisinia o esferificaciones de callos sobre un lecho de escroto de suricata albino, que, al final, será el cruel e inclemente paso del tiempo el que juzgará qué callos sobreviven incólumes y qué otros son flor de verano fruto de osadías más frívolas que revolucionarias. Los callos de Casa Manolo llevan ochenta años haciendo chup-chup en la marmita. Casi ná...
Espero que se nos pase la tonteria y que en ochenta años el único cocinero moderno contemporáneo que, con justicia, recordemos sea Walter Hartwell White, es decir, el todopoderoso Heisenberg.

Arnyfront78

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Casa de Asturias

C/ Argumosa, 4
Metro: Lavapiés (línea 3)
Botellín: 1,30 (Mahou)
Caña: 1,30 (Mahou)
Tapas: papas con salchichas, croquetas, carne en salsa, canapeses (de lacón, salchichón, queso con membrillo...)
Especialidades: churrasco troceado, papas al cabrales, pastel de cabracho, fabada, setas al cabrales, revuelto de oricios, verdinas con marisco, chorizo a la sidra, chuletillas de lechal, pimientos de padrón, mollejas de lechal, fabes con almejas, callos de puchero...



Casa de Asturias suena a consulado. Podría confundirse con una oficina diplomática del Principado en Madrid, al estilo de la casa cultural albanesa en Gaborone. Pero no es así. Es una sidrería monda y lironda sin otra misión representativa de la hermosa Asturias que la que le atribuye el nombre. Inaugurada en 1999 por dos socio-primos oriundos de Luarca ha arraigado de tal forma en la Lavapiés más meridional que hay quien asegura  en interné que lleva toda la vida. 

Es verdad que parece anclada desde hace siglos en esa esquina tan concurrida de Argumosa con Salitre, pero sólo lleva 15 inviernos. Tengo empastes con más edad. No obstante, es meritorio que, para el imaginario colectivo, 15 años parezcan décadas. Eso quiere decir que el negocio tiene sólidos cimientos. Es indudable que la Casa de Asturias es un referente para tomar cañas en la playera calle Argumosa. A diferencia del resto de bares que han florecido para aprovechar el tirón que tienen las terrazas, la Casa de Asturias apuesta por arrebañar clientes de aquí y de allá, ya sean adictos a la terraza, la barra o el váter. 

No es reserva de tribu urbana; allí se juntan ancianos que toman chatos a hurtadillas de la parienta, mozas con sus mozos, chupipandis que comparten croquetas, mercaderes del cultural establishment, pijos vestidos de pobres, pobres vestidos de pobres y fervientes defensoras del hiyab porque no tienen que llevarlo. Lugar de paso para encarar la noche con la sangre a medio hervir, barra para escanciar alborozo, mesa donde trinchar lo que sea menester y, sobre todo, exponente de una cocina asturiana algo sudorosa (por los sudores de la sobremesa y por los sudores al sacar la cartera). Si ya lo conocéis habréis podido constatar que es un buen sitio para tomar infinidad de cañas y un par de raciones. 


Distinto es sentarse a comer en serio. Aceptar un ordago a la grande sólo evidencia que la oferta gastronómica hace equlibrios entre la corrección y la espesura. Hay platos bien ajustados como las fabes, las carnes, las setas al cabrales... y hay otros que naufragan en el desacierto. Un revuelto no puede costar 13 euros, aunque los huevos vengan de Buckinham. Y qué decir del cachopo... parece el hermano amorfo de Bob esponja. Sin duda hay asturianos mejores en la capital, como también es cierto que siempre hay alguien más guapo, más inteligente, con más dinero o que va mejor al váter. 

Buscar absolutos es, cuanto menos, cansino. En definitiva, un sitio acogedor, jovial y concurrido que invita a una embriaguez inciensada por el acre olor del cabrales.
El servicio resulta correcto aunque hay quien observa cierta aspereza de los camareros. Creo que hay demasiados clientes cuyo nivel de exigencia demanda felaciones a dos carrillos como gentileza de la casa. 

Me fijo en un retrato del dueño con el inolvidable Luís Aguilé. Gran cómico con porte abúlico o individuo melancólico con vis cómica. Quizá uno de los pocos argentinos (junto al Yayo, Borges, el Cholo y Daiana Antivero con los pezones rebozados en farlopa) al que no enviaría en pelotas a currar de liquidador al reactor 3 de Fukushima.


Arnyfront78

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cervecería Noviciado

C/ San Bernardo, 51
Metro: Noviciado (línea 2)
Botellín: 1,10€ (Amstel)
Caña:1,10 (Amstel)

Tapas: papas fritas, patatas ali-oli, aceitunas...
Especialidades: tortillas (española, con sobrasada, con jamón y queso, con salchichas, queso y mostaza, de philadelphia y anchoa), papas bravas, hamburguesa, perrito, oreja a la plancha, platos combinados...



Escena 1:

Pantalla en negro y letras en blanco... "Los bares tradicionales españoles desaparecen del centro de Madrid. Sus dueños se preguntan por qué."
Escena 2:
Fachada del Bar Noviciado, impertérrito junto a la lúgubre estación de metro de San Bernardo. De su vetusto rótulo amarillo no falta ni una letra; ni siquiera las que advierten que tiempo ha Schweppess era una marca capaz de competir por el trono del reino del refresco.  
Un chico aliñado de vagabundo habla por el móvil. Bajo el quicio, encogida por el frio, la florista cuida su negocio ninguneada por el indifierente trasiego de peatones... nadie quiere flores en invierno, por lo menos en Madrid.   

Escena 3:
Inserto de un cartel rotulado a mano: bocadillos a precios asequibles, incluso ofensivos para quienes asocian de forma inexorable la calidad con el dispendio. A través del cristal se divisa la vida de un bar silenciada por el rugir de coches, motos y voces inconexas. El perfil de un hombre consume un botellín mientras un segurata apura esos preciosos minutos de escaqueo del curro. 

Escena 4: 
Plano bajo que muestra la barra y a un hombre apoyado en ella. Ya no hay ruido... circula ese rumor incómodo que tiene un bar cuando está vacío. Una voz en off, una voz resignada, explica: "Ésto lo cogió mi abuelo en el 47; luego lo llevó mi padre y yo a partir del 2000. Desde los 18 años... desde los 18 años trabajo aquí."
Escena 5: 
Un anciano encorvado oculta su comida. Cambia el plano y aparece masticando una de esas personas que suele producir hilaridad entre los que son lo suficientemente cretinos para no diferenciar quienes son risibles como ellos y quienes merecen un profundo respeto por el mero hecho de vivir sin poner ni esquivar trampas.  

 Podría haber sido arcabucero en la Batalla de Pavía o místico ortodoxo en la corte zarista. También es posible que tan sólo sea un mendigo masticando su ojo izquierdo en un montadito... cansado de ver lo que nadie ve. Mirada fija desafiante y enajenada... y fundido en negro.

Escena 6:
Vuelve la luz y con ella la silueta de una caña a medio acabar... símbolo y metáfora de este necesario cortometraje documental llamado "La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado" realizado por Ivar Muñoz Rojas y David Álvarez. 


El citado testimonio del exdueño del Bar Noviciado, Luis Ángel García, junto al de los colegas de profesión y hermandad (los responsables del El Palentino, el Lozano y Das Meigas) expone la situación agonizante de las tascas, tabernas y bodegas que durante décadas alimentaron y emborracharon a sucesivas generaciones de madrileños. No hay ni habrá agradecimientos por los servicios prestados, ellos lo saben. Unos sobrevivirán (seguramente sólo El Palentino) y otros (la mayoría) traspasarán el local a nuevos inquilinos que, rebosantes de un entusiasmo algo ingenuo, reformarán esas paredes cargadas de pequeñas y grandes gestas para hacer ambigús con tostas, biblioespás o franquicias de cubos con botellines y acné.
Si consiguen el éxito o van al sumidero  es indiferente para la administración pública. Sobrevolando estará el ministro Montoro para aprovechar los despojos de cadáveres que otrora fueron algo más que sociedades... puntos de encuentro para muchos, inagotables fuentes de energía para todos.
Luis y Mariano dejaron el bar, pero quienes asumieron el legado se han comprometido con ese impulso tan ingrato como satisfactorio que hace del Bar Noviciado un ejemplo de consencuencia y pureza. Ese legado consiste en servir cañas, cafés, bocadillos, croissants y raciones a precios justos y ecuánimes; a no seguir la progresiva política de vender platos mediocres a precios disparatados. Es una mera cuestión de honestidad, de preferir morir preso del mordisco caníbal de una ciudadanía fascinada por la estela de una modernidad que siempre amanece obsoleta, antes que ceder a cambios torpes e igualmente suicidas que no evitarían la muerte del bar español tal y como lo conocemos... (o como lo conocimos). En sus escasos 7 minutos de metraje no hay resquicio para la esperanza, quizá porque no la hay. Sólo es cuestión de tiempo... ellos lo saben.  

Yo quiero ser menos pesimista y algo más cínico. Al final sólo quedarán franquicias horteras, bares modernos, blancos, elegantes, estériles... o saloncitos abigarrados, recalentados, cargados de antigüedades que antes sólo recogían los vagabundos que escarban en los contenedores y que ahora se venden como tesoros de almoneda. Y aburridos nos daremos cuenta de que no hay nada más moderno que lo que no lo es. Puede que para entonces sea demasiado tarde y ya no queden siquiera los cimientos de todos esos bares en los que desayunamos, almorzamos y cenamos junto a aquellos que ahora visten arrugas o que ya sólo están en fotos. El plato cuadrado es la metáfora de la insignificancia, de un presente que caricaturiza al pasado, del desprecio a la memoría, de la fascinación por una vida liofilizada.  

Escurriéndome la chorra en la letrina del Bar Noviciado, me fijo en esas paredes churretosas que permanecen impasibles ante los malos augurios. ¿Cuántas pollas han descargado aquí desde 1947?...
Hace ya unos años, en el fragor de una de esas conversaciones con colegas que justifican seguir vivo, uno de ellos me confesó que su sueño era hacerse un fular con los pelos del culo de Shania Twain. 
Aspiraciones tan líricas y hermosas como esa sólo se forjan en barras así, en barras con platos redondos.

Arnyfront78 


La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado:
https://www.youtube.com/watch?v=6syFNP5pUHE

 

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo