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lunes, 25 de noviembre de 2013

El Pezcador

C/ Infantas, 9
Metro: Gran Vía (líneas 1 y 5) y Chueca (línea 5)
Botellín (Mahou): 1,80€ Caña: 1,75€ (Cruzcampo)
Tapas: ensalada de pasta con mahonesa, paella con magro, chorizo frito, tortilla, empanadillas congeladas, almondigas, ensalada campera, alitas...
Especialidades: el megabocata de lacón con queso de teitlla fundido, callos a la madrileña, pimientos del padrón, revuelto de bacalao, lacón con grelos, sepia a la plancha...
Menú a 9€ (con tres primeros y segundos a elegir)

Tengo cariño a la calle Infantas. Allí celebramos una nochevieja extenuante allá por 1995. Alquilamos una whiskería (eufemismo con el que que se camuflan los prostíbulos) y nos gastamos en el Alcosto de Aluche el resto de lo recaudado en priba. Aquella noche fue para todos los gustos: equipos electrónicos que no sabían nadar, comas etílicos cada media hora, potas con langostinos sin digerir, peleas entre chuzos, hímenes con grietas y unas ganas de follarme a todas las chicas de la fiesta que se quedó en eso... en ganas. Aquel burdel tenía su gracia, pero pasó a mejor vida. 

El proceso opaco de gentrificación del barrio de Chueca por parte de la camorra gay que, con la coartada de echar a putas y yonkis y reactivar el deprimido panorama comercial, ha colonizado la zona como hace el sionismo en Palestina, ha supuesto un punto de inflexión para los negocios tradicionales que no venden lubricantes o dildos con forma de puño. Pero, por desgracia, también hay algún que otro superviviente... hablamos de los santuarios de "la ruta de la bazofia" de la calle Infantas que, a base de barreños llenos de comistrajos por cada consumición, ha triunfado entre la clientela más suicida. Esta trilogía infernal compuesta por "los guarros de las grasalaxias" (El Tigre), "las sobras contraatacan" (El Respiro) y "el retorno del friting" (El Pezcador), hace las delicias de intestinos obturados, hígados angustiados y cólones cantando el "Pobre de mí". Es verdad que también hay matices. Si bien El tigre es la cima de la abstracción en el mundo del aperitivo y El Respiro le sigue a la zaga, El Pezcador intenta mantener algo más el tipo con una cocina especializada en la trinchera pero sin mezclas imposibles, lloviznas de salsas, líquidos serosos o guisos posnucleares. 

Pero por ser el más digno de los tres no obtiene mi absolución. El último día nos cascaron un ensalada campera que pudo haber aliñado Vincent de la Chapelle, no porque estuviera a la altura de tal insigne chef sino porque podría llevar allí desde el siglo XVIII. También los guisos, que sacan sin cesar para que la peña siga pidiendo priba, tienen ese regusto cuartelario o de hostal de Benalmadena que no acaba de convencerme. A pesar de que hay buena voluntad, la cocina no es buena... exceso de saturados. Pero desde luego, comparado con el gastricidio del Tigre, el Pezcador podría pasar por la cocina de Arzak. De lo poco que se salva es el bocata de lacón con queso de tetilla fundido (al estilo del Melo´s) y algún que otro plato que sólo requiere saber echar aceite y pimentón (el lacón y el pulpo a la gallega) o simplemente depositar  lonchas (jamón y queso). Otra cosa es que a pesar de que nada esté muy allá, uno se inmole, al igual que en el "Mareas vivas", y decida que la tarde o la noche va ir de hidrocarburos en el buche y se deje embriagar por un ambiente desenfadado, jaranero y con olor a colza. 

De ahí el habitual "no cabe nadie más" en su reducido aforo. Eso sí, si te sientas vas a tener que aguantar la presión de los camareros para que pidas sin cesar. Hay uno en particular, del que no daré detalles, que, aunque parece majo, es un jodido coñazo, un Jim Carrey de las bandejas y del "alguna otra cozita...". En la barra por contra, en la que sólo caben seis personas puestos como para parar un penalti, atiende un profesional de tomo y lomo, sin desmanes, desantenciones, excesos ni gracietas andaluzas. 

Te pregunta qué quieres, te pone dos platos abundantes de aperitivo (sí,sí, he dicho dos) y está atento a cuando se está acabando la bebida para ponerte un tercero, un cuarto, así sucesivamente... sin decir nada de más, como Alain Delon en "Le samouraï". Por lo demás, es un establecimiento limpio, en el que, afortunadamente no hay bufonadas; sólo ornamentos temáticos como maquetas de barquitos, caracolas, una red de pesca y un perchero hecho con pezuñas de cerdo del que penden las primeras cazadoras de entretiempo. 

Ya está aquí el otoño, pronto llegará el invierno y los tres avernos de la calle Infantas seguirán calentando a la gente sin necesidad de calefacción, sólo a base de tapas forrajeras y cuescos.

Arnyfront78

viernes, 15 de noviembre de 2013

Casa Antonio

C/ Quiñones, 11
Metro: San Bernardo (líneas 2 y 4) o Noviciado (línea 2) 
Botellín y caña: 1,25 (Mahou)
Tapas: Croquetas, tortilla de patata, papas con salchichas y pimientos, aceitunas, patatas fritas...
Especialidades: callos, tortilla, fabada, ensaladilla rusa, croquetas...
Menú del día muy apreciado por 9€ (a elegir entre 5 primeros y 8 segundos)



El pasado septiembre, sobre la arena no taurina de Zahara de los Atunes, cayó en mis manos el último número del hoy difunto suplemento de ocio de El País: On-Madrid. Fui raudo a comprobar con qué artículo sellaba Carlos Risco su fructífera colaboración con dicho magazine. Supuse que sería un artículo a la altura de un bar o garito excepcional y no me equivoqué. Su pluma caótica, estilizada, mordaz y honesta rindió pleitesía a una tasca vetusta, sencilla, oculta entre los muros de una calle galdosiana que parece ser antaño acogió al Tribunal de la Santa Inquisición, archiconocida en el vecindario pero ninguneada por los foros de sabios necrosados que no salen de las tertulias del Cafe Gijón, el cocido de Malacatín y el bacalao de Casa Labra. 

En Casa Antonio no hay placas que conmemoren que Cela bebiera allí absenta con Oteliña (aquella insólita chofer abisinia a la que exhibía para promocionar la guía Campsa) o que Fraga inaugurara el comedor a base de cuescos trémulos. No sabemos si en su váter descargó Miguel Mihura, si el Giocondo de Umbral sedujo a alguna aristócrata sedienta de verga obrera o si entre excesos de excusado McNamara encontro a Diós disuelto en una plata... de lo que sí sabe su artístico alicatado es del efecto que el tiempo ejerce sobre los hombres, sobre aquellos que nacieron el año en que se fundó (1964) y ahora tienen 49 implacables años y sobre aquellos que tenían 49 años entonces y ahora sobreviven gracias a la cafinitrina o sólo están presentes ya en fotos que pierden color en el fondo de un cajón. 

Supongo que cientos, miles de epopeyas parecidas han presenciado doña Inés y sus hijos, regentes del local, ciegos, sordos y enmudecidos por la implicita omertá que acarrea llevar un negocio en el que la gente zozobra en alcohol. El buen hacer que en la cocina tiene la legendaria mamma, preparando guisos como los que podría hacer tu abuela, con patatas fritas que no proceden de un arcón de congelados, con composiciones imperfectas en el emplatado como las que nos salen a todos cuando cocinamos en casa, sólo puede trasmitirme verdad, una palabra que poco a poco pierde significado en una sociedad absorta, desconcertada, aturdida por las apariencias. 

Platos de cuchara y diente que calientan en enero y arrebatan en julio son apurados por alarifes, chispas, profesionales de las teclas, estudiantes de mucho y poco, actores de la vida y algún que otro viudo destemplado. Las noches de farra también sirve de sacristía para la chavalería más "in" que alterna en el Siroco y para los no tan jóvenes que esquivaron el suicidio tras lustros escuchando a Los Planetas.
Ahora Casa Antonio, como museo vivo de la ciudad que es (no como muchos otros que expiran en un sueño de salas moribundas), como ejemplo de la tradición madrileña de convivencia en torno al bar en vez de a la iglesia, tiene el reto, nada fácil de resistir a la presión de un barrio amenazado por la gentrificación y a la inexorable necesidad de que las cuentas cuadren. 

Puede que si las cosas se tuercen tengan que traspasar el bar. Probablemente lo compraría un fondo de inversión que se lo alquilaría a jóvenes con pretensiones artísticas, estéticas y funambulescas  que quitarían la cabeza de toro de plástico, la máquina tragaperras, las mesas de mármol  y las botellas de brandy. Y en su lugar meterían muebles reciclados, velas aromáticas, conexión wi-fi, chaise longues para comer tumbados y té de las montañas azules de Nilgiri recogido hoja a hoja por tamiles con codos sucios, en lugar de tintorros y claretes. Y entonces la coyunda ya no sería Casa Antonio aunque dejasen el rótulo con el nombre como frívolo vestigio de lo que otrora fue una taberna castiza. Por suerte sólo son cábalas que espero no se cumplan. Sería una pérdida irreparable. 

Antes de marcharme observo un sifón de seltz que parece llevar allí toda la vida. De él pende un banderín del atleti. No podía ser de otra forma...
Suenan ecos de resistencia para Casa Antonio... siempre con una Mahou fría en la mano...
"When you walk through a storm
hold your head up high,
and don´t be afraid of the dark...
walk on, walk on
you´ll never walk alone"

Arnyfront78

viernes, 8 de noviembre de 2013

Cafetería Hawaii

C/ Pérez Galdós, 9
Metro: Chueca (línea 5)
Botellín: 1,50€ (Mahou)
Tapas: Choripapas, filetes de pollo con tomate, queso con aceitunas, papas con carne, papas bravas...
Especialidades: sartenes de huevos rotos, cloquetas, papas bravas...
 




En la calle de un ilustre, el decimonónico Pérez Galdós (sin el Benito), entre el gueto rosa de Chueca y Malasaña, se encuentra este reducto de resistencia madrileña a la modernidad: la Cafetería Hawaii. Con su entrada anodina, coronada por un rótulo con una misérrima palmera, se accede a los dominios del camarero, cuyo asomo de tupé ganado en vísperas a una calvicie más que segura, desafía a la clientela con el tronío de quien está hasta los cojones de abrir tercios y contar vueltas. 

Por un resquicio de la barra se adivina la cocina, y como sacada de "Amarcord" aparece una cocinera con lamparones en el pelo y medio pincho de tortilla adherido al moflete izquierdo, restos de picoteo y gula de quien no tiene otra cosa que hacer que guisar engordando. Los botijos son Mahou y el grifo creo que también, y entre los cuerpos enjalbegados de cuatro albañiles que besan al tio DYC, recojo una tapa ovalada de lo que parecen ser trozos de filetes de pollo empanados bajo una salsa de tomate viscosa.  


Pero no está mal el invento, seguro que es mejor que una especie de patatas con carne navegando en torrentes de aceite que han endosado a un solitario de barra que, por supuesto, no se las comerá. En el estrecho pasillo que conduce a la zona de mesas se agolpa una clientela chillona, casi escandalosa, que bebe y pide priba con ritmo, con fluida profesionalidad.  Sólo los chinos, que ocupan las dos tragaperras, guardan el tenso silencio que precede al premio. Miro al horizonte de la barra y una pata de jamón, sin carne, casi sin hueso, pide auxilio, como si quisiera que alguien acabase con su agonía. Pero allí seguirá mañana y al otro, intentando hacer juego con las paredes anaranjadas pintadas seguramente por algún amigo del dueño.   


De repente, una araña de piel alheña, algo de ojeras y 50 kilos de procaz desidia, regatea entre los fumadores agolpados bajo el umbral. Algún que otro miembro erecto indica la dirección tomada por la camarera, por una rapaza de aquí o acullá, que, a pesar del lógico hastío que conlleva una vida entre desperdicios y machos salidos, preserva una calidez hipnótica. No tarda ni tres minutos en ponerse el mandil para empezar a recoger cordilleras de platos apilados en las mesas y mientras pasa la bayeta junto a un bodegón necrosado, el hedor a cordero ataca a su colonia del Bershka. Dentro de ocho horas tendrá que volver a ducharse. Y yo también. Y mi jersey con olor a pimientos no sé si podrá salvarse. 

Pido la cuenta...el botellín sale a 1,50. Ni barato ni caro, ni regalo ni hurto. Aún así tiene más gracia que la mayoría de bares "superenrollados" y sintéticos que hay por la zona. Pronto se pondrán de moda en Chueca las infusiones de látex. Un pedacito de Honolulú en Madrid que, a partir de medianoche, deviene en manglar.  
Aloha!!!!!

Arnyfront78

domingo, 3 de noviembre de 2013

El economico (Soide Mersol)

C/ Argumosa, 9
Metro: Lavapiés (línea 3)
Botellín: 1,50€ (Estrella Damm). Caña (muy corta): 1,30€ (Estrella Damm)
Tapa: canapeses varios, frutos secos, patatas fritas, aceitunas, arroz con curry....






Siempre he admirado el cinismo, sobre todo cuando es perspicaz... ir a tomar algo por Lavapiés, paradigma del camelo bienintencionado, y meterse en un bar que se bautiza "El económico" buscando cañas y raciones baratas, caricaturiza a los ingenuos protagonistas del hecho, no al astuto propietario del bar. Y es que decir la verdad siempre es una mala idea, sobre todo cuando se trata de negocios o de andar con putas. 

El Económico no es económico, nunca lo ha sido y nunca lo será; pero no debe ser desdeñable el número de visitantes, en busca de la gran ganga, que caen por allí atraídos por una treta mercadotécnica bastante simple pero indudablemente efectiva... "di que eres barato y la gente acudirá aunque sea mentira", es decir, una variante más sutil de la máxima de la propaganda nazi que preconizaba Goebbels: "una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad".  Y como no hay peor censor que un crédulo que abre los ojos o un fumador que deja de serlo, las críticas más hostiles contra el Económico vertidas en internet subrayan la paradoja del nombre cegados por la inquina que suscita haber sido objetos de choteo. Cuando fui la primera vez, hace más de un lustro, ya supuse que era igual de caro o más que el resto de la zona y aún así entré. 

Con un nombre tan descarado sólo me preguntaba hasta que límites llegaba la mofa. Y la verdad es que no mucho, eso es lo decepcionante. Esperaba una gran broma tipo cañas a 5€, raciones a 30€... no sé... algo realmente "económico". Sin embargo, los precios, la cantidad y calidad de comida y bebidas hablan de una tibieza que siempre es de mi desagrado y parece que también del de muchos otros. No obstante, el lugar es correcto, recomendable para tomar algo de charleta con amigos mansos, para hacer que trabajas con el ordenador cuando en realidad estás enfocando a la chica guapa que está en la mesa de enfrente o, simplemente, para esperar la muerte fuera de casa.  

El local es profundo, dividido en dos plantas diáfanas y una pequeña sala, junto al váter, que sirve de reservado para los más separatistas. La luz tenue sobre las paredes color crema proyecta rojos opresivos, tórridos a pesar de un  ambiente tibio tirando a frío. La decoración elegida... sin extravagancias ridículas ni concesiones palurdas: una barra maciza, azulejos hasta mitad de altura y algún que otro elemento ornamental sobrio. También resalta la higiene a pesar de que la mayoría de locales de Lavapiés estén más limpios que los de otras partes de Madrid (aunque haya gente mal intencionada que piense lo contrario). Si el Ministerio de sanidad hiciese bien su trabajo, las tres cuartas partes de los bares que rodean la Plaza Mayor, Sol y Gran Vía estarían precintados. 

Quizá el problema del Económico esté en la planificación de los recursos y, sobre todo, en la cocina: raciones que no dan la talla (ni en calidad ni en tamaño), aperitivos caritativos (patatas fritas, cuatro aceitunas, unos panchitos), camareros simpáticos pero desmotivados y precios lo suficientemente altos para no ser el "Económico" y lo suficientemente moderados para no recibir dedicatorias incendiarias en el libro de reclamaciones. Pero la newave  de Lavapieseros, la pretty cool people y los yonquis de la nicotina siempre podrán disfrutar de la codiciada terraza de la calle Argumosa que concilia sillas, mesas, sombrillas, clientes inexpresivos por el exceso de laca, argentinos vendiendo poemarios, mendigos cansados de pedir y algún que otro borracho tratando de ligar con la máquina expendedora de la ORA. 

La paradoja de un paseo marítimo sin mar expectante al incesante flujo de tetas, culos y poyas, bolsas con kebabs, cucarachas que no entienden nada y helados de yogur goteando sobre la acera.

Arnyfront78

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo