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lunes, 4 de mayo de 2015

Malaspina

C/ de Cádiz, 9
Metro: Sol (líneas 1, 2 y 3)
Botellín: 1,50 (mahou)
Grifo de Mahou
Tapas: canapés, tortilla de patata con lacón y queso, croquetas de jamón con patatas paja, chorizo...
Especialidades: tosta Malaspina (lacón, queso, tomate, orégano y pimentón), huevos estrellados con jamón, pisto manchego con huevo, calamares a la romana, pimientos del piquillo (rellenos de bacalao o carne), carne asada en su jugo, tortilla de patata con lacón y queso, patatas bravas, pimientos de Padrón, lacón a la gallega, queso de oveja, jamón ibérico...





Poner nombre a un local, en general, y a un bar, en particular, es todo un desafío. Los hay tradicionales, que apuestan por homenajearse a sí mismos con nombre o apellido  (Bar Garcia, La Esquinita de Ataulfo, Los Molletes de Montse...).  Todo un gesto de humildad e imaginación. También es habitual tirar de gentilicio (El Mañico, La Peña Soriana, Entre Cáceres y Badajoz...), en honor a la tierra que uno tanto ama desde la distancia. 

Luego están los ingeniosos (Latina Turner, El Triángulo de las Verduras, A Tomar por Copas, Tasca-gao...) y los imposibles (Bar Fritanga, Venta la Cagá, Bar Márchese o Restaurante El Quinto Coño). Menos frecuente es bautizar un bar con referencias eruditas que exigen un mínimo de conocimientos para entender el guiño. Nombres de escritores, científicos, monarcas, tratados internacionales o términos teológicos... sólo tienen sentido si son consecuencia de su ubicación (llamarla Cervecería Quevedo porque está en la Glorieta de Quevedo), o del oportunismo (Lounge-bar Ortega y Gasset porque el insigne filósofo compraba allí huevos cuando el local era una pollería). Si estas no son las razones, lo más probable es que sea un homenaje sin sentido fruto de pulsiones pedantillas.

El por qué de que la Taberna Malaspina esté inequivocamente erigida en loor del noble de origen napolitano que, como brigadier de la Real Armada, promovió una homérica expedición a finales del siglo XVIII a través de las posesiones españolas en el Pacífico, es una incógnita por desvelar. Sobre todo porque no es una pomposa cafetería con tertulia literaria, sino una tasca relativamente joven, decorada al uso de las viejas cavas valle-inclanescas en la que no hay más referencias culturales que las que se pueden leer en la carta de combinados. La gente no pide fragole al cioccolato con una botellita de Veen Velvet porque no las hay. Allí se estilan los cubos de sangría, las patatas bravas, la paletilla de jamón posibérico, la manga ancha con el White Label y una fregona super absorbente para recoger las cosas que caen fuera del inodoro. 

Nos gusta esta cripta artificial, sombreada con la luz justa para no hostiarse en sus angosturas. Me sugiere el tipo de bar que yo montaría si quisiese poner uno. Es, sin duda, un fake para que los guiris se dejen la panoja, fascinados por la constatación de un imaginario forjado a base de estulticia y malas guías de viajes que se empeña en delinear una España legendaria de toreros con un testículo, paellas fluorescentes y putas con entrecejo. Con La Soberbia comparte lazos estéticos, propósitos deshonestos y una estudiada apuesta por armonizar el turismo de masas con la cañita de media tarde de un madrileño con sed. 

Al menos, está bien hecho; es un buen camelo. No todos los bares de la zona pueden decir lo mismo. Los relaciones públicas argentinos, mercenarios de negocios impresentables, apostados en las esquinas de la Plaza de Santa Ana, al acecho de guiris cual prostitutas a fin de mes, podrán camelar a 50 hooligans del Aston Villa sedientos de espuma y herpes, con copromenús de grupo, chupitos de Pato WC y un fin de fiesta a base de puñetazos, pero la mayoría de nuestros conciudadanos busca planes menos convulsos. En Malaspina se está a gusto cuando hay bajamar de fuckin´ brits y de histéricas colegialas francesas con el vestíbulo vulvar chorreante como las cuevas del Drach. 

Cuando el sobresaliente decorado induce a un respetuoso armisticio entre los presentes cabe incluso un "padre nuestro" de los de antes. Es verdad que la cocina no es nada del otro mundo... que las raciones no dejan más huella que la de una digestión abrasiva, pero nada es gratis en este Madrid de "Toma el dinero y corre" en el que si no engañas es que te están engañando.

En fin... aperitivos sin pegatina de biohazard, camareros adecuados para servir huevos rotos con chistorra y una terraza desde la que se puede advertir como el orín que fermenta en los recovecos y portales de la calle Cadiz marinan la farra de una ciudad sin olimpiadas que se ha especializado en organizar FITURES y maratones sodomitas.


Arnyfront78

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