C/ de Cádiz, 9
Metro: Sol (líneas 1, 2 y 3)
Botellín: 1,50 (mahou)
Grifo de Mahou
Tapas: canapés, tortilla de patata con lacón y queso, croquetas de jamón con patatas paja, chorizo...
Especialidades:
tosta Malaspina (lacón, queso, tomate, orégano y pimentón), huevos
estrellados con jamón, pisto manchego con huevo, calamares a la romana,
pimientos del piquillo (rellenos de bacalao o carne), carne asada en su
jugo, tortilla de patata con lacón y queso, patatas bravas, pimientos de
Padrón, lacón a la gallega, queso de oveja, jamón ibérico...
Poner
nombre a un local, en general, y a un bar, en particular, es todo un
desafío. Los hay tradicionales, que apuestan por homenajearse a sí
mismos con nombre o apellido (Bar Garcia, La Esquinita de Ataulfo, Los
Molletes de Montse...). Todo un gesto de humildad e imaginación.
También es habitual tirar de gentilicio (El Mañico, La Peña Soriana,
Entre Cáceres y Badajoz...), en honor a la tierra que uno tanto ama desde
la distancia.
Luego están los ingeniosos (Latina Turner, El Triángulo
de las Verduras, A Tomar por Copas, Tasca-gao...) y los imposibles (Bar
Fritanga, Venta la Cagá, Bar Márchese o Restaurante El Quinto Coño). Menos frecuente es bautizar un bar con referencias eruditas que exigen
un mínimo de conocimientos para entender el guiño. Nombres de
escritores, científicos, monarcas, tratados internacionales o términos
teológicos... sólo tienen sentido si son consecuencia de su ubicación
(llamarla Cervecería Quevedo porque está en la Glorieta de Quevedo), o
del oportunismo (Lounge-bar Ortega y Gasset porque el insigne filósofo compraba allí huevos cuando el local era una pollería). Si estas
no son las razones, lo más probable es que sea un homenaje sin sentido
fruto de pulsiones pedantillas.
El
por qué de que la Taberna Malaspina esté inequivocamente erigida en
loor del noble de origen napolitano que, como brigadier de la Real
Armada, promovió una homérica expedición a finales del siglo XVIII a
través de las posesiones españolas en el Pacífico, es una incógnita por
desvelar. Sobre todo porque no es una pomposa cafetería con tertulia
literaria, sino una tasca relativamente joven, decorada al uso de las
viejas cavas valle-inclanescas en la que no hay más referencias
culturales que las que se pueden leer en la carta de combinados. La
gente no pide fragole al cioccolato
con una botellita de Veen Velvet porque no las hay. Allí se estilan los
cubos de sangría, las patatas bravas, la paletilla de jamón posibérico,
la manga ancha con el White Label y una fregona super absorbente para
recoger las cosas que caen fuera del inodoro.
Nos gusta esta cripta
artificial, sombreada con la luz justa para no hostiarse en sus
angosturas. Me sugiere el tipo de bar que yo montaría si quisiese poner
uno. Es, sin duda, un fake
para que los guiris se dejen la panoja, fascinados por la constatación
de un imaginario forjado a base de estulticia y malas guías de viajes
que se empeña en delinear una España legendaria de toreros con un
testículo, paellas fluorescentes y putas con entrecejo. Con La Soberbia
comparte lazos estéticos, propósitos deshonestos y una estudiada apuesta
por armonizar el turismo de masas con la cañita de media tarde de un
madrileño con sed.
Al menos, está bien hecho; es un buen camelo. No
todos los bares de la zona pueden decir lo mismo. Los relaciones
públicas argentinos, mercenarios de negocios impresentables, apostados
en las esquinas de la Plaza de Santa Ana, al acecho de guiris cual
prostitutas a fin de mes, podrán camelar a 50 hooligans
del Aston Villa sedientos de espuma y herpes, con copromenús de grupo,
chupitos de Pato WC y un fin de fiesta a base de puñetazos, pero la
mayoría de nuestros conciudadanos busca planes menos convulsos. En Malaspina
se está a gusto cuando hay bajamar de fuckin´ brits
y de histéricas colegialas francesas con el vestíbulo vulvar chorreante
como las cuevas del Drach.
Cuando el sobresaliente decorado induce a un
respetuoso armisticio entre los presentes cabe incluso un "padre
nuestro" de los de antes. Es verdad que la cocina no es nada del otro
mundo... que las raciones no dejan más huella que la de una digestión
abrasiva, pero nada es gratis en este Madrid de "Toma el dinero y corre"
en el que si no engañas es que te están engañando.
En fin... aperitivos sin pegatina de biohazard,
camareros adecuados para servir huevos rotos con chistorra y una
terraza desde la que se puede advertir como el orín que fermenta en los
recovecos y portales de la calle Cadiz marinan la farra de una ciudad sin olimpiadas que se ha especializado en organizar FITURES y maratones sodomitas.
Arnyfront78
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