C/ de Calatrava, 3
Botellín: 1,40€ (Mahou)
Caña (corta): 1,40€ (San Miguel)
Tapas: brocheta de pollo y trigueros, canapeses, pollo al cava con arroz...
Especialidades: el vermut y el vino, bravas, ali-oli, tortilla, oreja, zarajos, croquetas, ensaladilla rusa, pimientos de padrón, huevos rotos, empanada, chistorra, pincho moruno... bocatas a 4 y 5€
Botellín: 1,40€ (Mahou)
Caña (corta): 1,40€ (San Miguel)
Tapas: brocheta de pollo y trigueros, canapeses, pollo al cava con arroz...
Especialidades: el vermut y el vino, bravas, ali-oli, tortilla, oreja, zarajos, croquetas, ensaladilla rusa, pimientos de padrón, huevos rotos, empanada, chistorra, pincho moruno... bocatas a 4 y 5€
El
vermú, ese elixir parduzco y embriagador, gana adeptos a la par que los
pierde. Me explico... a él se acercan quienes, como tú, yonki del
golferío madrileño, ha descubierto una alternativa a la caña para echar
espumarajos por la boca las mañanas de finde. El vermú se puede beber a
cualquier hora, pero parece que sabe mejor antes de comer.
Si los
ingleses han preservado su té a las seis de la tarde, nosotros teníamos
el vermú de media mañana como litugia sacro-castiza; pero esa costumbre
se ha ido perdiendo entre aquellos que hacen de los bares patria, para
convertirse en una bebida residual, casi un refresco, que sobrevive
gracias a la curiosidad de los neófitos y a las pulsiones excéntricas de
quienes siguen rutas gastronómicas (la del vermout, la de la tortilla,
las de las tostas con reducciones de Pedro Ximenez...) auspiciadas por
suplementos de ocio y por blogueros patrocinados. Sinceramente creo que
hay que volver al vermú sin mariconadas... a gañote. Las merlas de vermú son
bastante graciosas y, aunque sea más caro que la caña, al final te
gastas más o menos lo mismo, ya que necesitas menos cantidad para acabar
potándote en las bambas. Ni sé, ni me importa en qué puesto del ranking de
vermús de la capital situarían los entendidos el del Muñiz ; sólo sé
que entra demasiado bien.
Asador
de bichos alados, churrería de porras rufas, bazar de ripios y arcanos y
de vez en cuando bar... el Muñiz es, sin duda, avituallamiento en la
lúbrica calle Calatrava. Recuerdo la lenta e inclemente decadencia de la
Puerta de Toledo a finales de los ochenta... chutas ensangrentadas
entre los coches, viejas echando cubos de agua sucia a las
alcantarillas, via crucis de quinquis con venas de poliéster, olor a
gato y a naranjas podridas. Entonces el Muñiz ya era referencia en
vermús, chatos y pajaritos fritos. Ya no frien pajaritos (que yo
sepa)... el genocidio de aves cantoras dejó de ser tolerado (en la
ciudad), cuando supimos como se cazan con liga (encolando los árboles y
arrancándoles las patas). Pero seguro que bajo cuerda aun puedes
encontrar sitios donde comer zorzales churruscados, carpaccio de lince,
manitas de koala y criadillas de unicornio.
No voy a negar que uno de
los atractivos del Muñiz radica en su ambiente ecléctico. Entre semana
es territorio canalla de vecinos de la Fuentecilla, de brasas que se
entrometen en conversaciones ajenas, de misántropos que glosan el Marca,
de gitanos que almonedan rosarios y legañas, de alientos a chinchón y
Ducados y de quites y capotazos a tapas que neutralizan la
eficacia del Almax. Esa obstinación proscrita que convierte a este
tugurio en patrimonio de la humanidad para todos aquellos que pasamos de
la Unesco, afloja, se vuelve laxa durante los fines de semana con la
invasión del ejército del buen rollo que vive el rastro como un raid
de orientación. Las mismas huestes que propagan esa frivolidad casi
ideológica (o absolutamente ideológica) que juzga a los hombres en
función del precio de sus zapatillas y del número de amigos que tengan
en Facebook.
Creo que si Emile Cioran hubiese cañeado en La Latina y
presenciado la autocomplaciente exhibición de amistades por horas y
amores fatuos que tiene lugar cada fin de semana, habría reconfortado a su
atormentada empatía por la miserable condición humana, ya que la calma
de la analgia amortigua, sin duda, la devastadora sensación de soledad
que transmite presenciar la impostada felicidad ajena. Encima se ha
puesto de moda ir los domingos al mediodía cuando el chef Matías se
curra tapas de lo más creativas para ser una churrería: risotto con
pollo al cava, mousaka, brocheta de pollo con trigueros... para qué
queremos más... heteros rasurados con pintas de grumetes de Jean Paul
Gaultier y divinas botuladas con grasa de pollo jugando a ser los más
castizos del lugar.
En las fiestas de La Paloma, el Muñiz se
engalana para atender a las mocitas más viciosas y a chulapos de corta y
pega bajo farolillos de verbena y luciernagas borrachas. Pura
parafernalia de tradiciones en vías de extinción para una fiesta, cada
vez más desarraigada (salvo en las inmediaciones de la basílica donde
los vecinos organizan su propio sarao), que el consistorio y los propios
bares se afanan en destruir a base de barras cutres, precios
inaceptables, multas a los bebedores autónomos y las Icona Pop
torturando al personal. Menos mal que hay drogas.
¡Apretujarse toca!... que las raciones están a buen precio y saben mejor que parecen.
¡Al fondo hay sitio!... dicen los camareta del Muñiz y Sheena Shaw cuando dilata.
Arnyfront78
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