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viernes, 7 de marzo de 2014

El Kiosko de Brunete

Calle Real de San Sebastián, 2, Brunete
Caña grande (no hay botellín): 1,70€ (Mahou)
Tapas: canapés variados (dos por cabeza), torreznos, paella...
Especialidades: fritura de pescado, arroz con bogavante, gambas al ajillo o a la plncha, cazón en adobo, almejas a la marinera, ensalada de pimientos rojos con bacalao, huevos rotos con salmón ahumado, besugo y dorada a la espalda, rabo de toro, entrecot de cebón, callos, chuletón de buey, mollejas de lechal, ensalada de aguacate con queso y pimientos...



Brunete, municipio protomanchego, cuyo pasado, presente y futuro parecen  venir marcados por la impronta de dos caudillos: Francisco Franco Bahamonde y José Ramón de la Morena, afronta el siglo XXI con la obstinación reaccionaria que la historia exige a un pueblo que fue epicentro de una de las batallas más sangrientas e inútiles de la Guerra Civil Española. 
 
A menudo el ser humano es tan miserable que enaltece guerras en las que, por supuesto, no ha luchado. De ahí las placas conmemorativas, el puesto de Falange que preside la plaza del ayuntamiento los domingos de guardar y una siniestra casa-museo de la batalla a pie de carretera con nidos de ametralladoras y, seguramente, fotos filogays de machotes con correajes. Es inevitable que lugares así sigan anclados a un pasado antropófago, ya que la vil huella de la historia es demasiado profunda. Parte de las fuerzas vivas y de la ciudadanía momificada de Brunete, Sevilla la Nueva y Quijorna añoran la pleitesía a la curia, a la cutre gallina de la bandera, al cuartel de la Guardia Civil y a la bucólica nostalgia por un ayer cubierto de herrumbre. Por suerte gente tan enfadada con el mundo terrenal, que recela del pobre, del débil, del homosexual, del desvalido, del inmigrante y de los tomates por ser rojos... recibe a menudo gratos obsequios del destino encarnados en hijos punkis, transexuales o en nietas desgarradas por gruesas vergas africanas. Es la hermosa e implacable ironía de la vida... cuanto más te aferras a estrictas convicciones que justifican una personalidad mezquina más profundo es el abismo por el que se despeñan. 

En esa paradójica encrucijada se encuentra este atractivo municipio en el que conviven fachas con halitosis y alcaldes corruptos con tribus rumanas y magrebís, chinos que no dejan de abrir tiendas y gente joven que cree que José Antonio fue un extremo izquierda del Numancia. A los chicos de "La Cantera", a los que juegan al basket en las canchas, fuman rocas en los bancos, se frotan con el/la chuqui en el césped o disfrutan de un ocaso ensangrentado en los Cebollos se la suda el oprobioso legado franquista enquistado en la comarca. La sangre nueva, las parejas con hijos que se han mudado allí expulsados por los precios de los alquileres de la capital, conviven ajenos a dicho anacronismo mendaz ante el cual sólo cabe indiferencia y desprecio.
 
El anacronismo de El Kiosko es mucho más amable. Parece un merendero de lago, aunque el agua más cercana sea la de la piscina municipal cubierta que bordea el parque. Hay pocas cosas tan cojonudas como tomar cañas en una terraza de parque, rodeado de árboles, donde abandonar al niño/a a su suerte para que haga el orangután en los columpios. En las espesas noches de verano, tras horas de bochorno azotando con saña los trigales que tapizan los caminos, los vecinos se dirigen al parque para homenajearse unas gambas y un poquito de ibérico (los más jetas), unas cañitas (los más cautos), o para apurar pipas, pitis y latas sentados en bancos o sillas plegables bajadas de casa (los que estamos boquerones). 

Hay quienes incluso llevan la tortilla hecha en casa para compartirla con los amigos. Pero no sólo de la terraza vive el Kiosko, también su interior indefinido, pulcro, funcional y con permanente olor a rebozado recibe a chateadores consuetudinarios que no perdonan ese vinito aconsejado por el médico (o eso dicen) que favorece el riego sanguíneo; siempre acompañado de generosos canapés, de unos torreznos con galones y barba de dos días o de una paella bien resuelta si es fin de semana.

Precisamente en los días festivos se pone hasta la bandera. Desde mediodía hasta la hora de licores y eructos no cesa el trajín de chopitos, calamares, sepias, bienmesabes... cocinados con solvencia aunque a precios que aturden. 

Especializarse en pescados y mariscos en una tierra tan agreste podría ser la más romántica de las ofrendas al mar (por ser anhelo inalcanzable), si no fuera porque hay demasiados rebozaos y mojones de mahonesa. Hay quien después de los flanes sacará una baraja y con servilletas en gurruños improvisará unos amarracos. 

Porque en estos predios, tan cercanos geográficamente a Madrid, pero tan distantes a nivel afectivo e identitario como podría estarlo Ushuaia, el mus eclipsa por completo las hazañas pachangueras del Rayo Brunete y de todos esos chavales que hace lustros vistieron de corto para emular a las mini-estrellas que visitaban el torneo internacional de alevines de fútbol 7, aquel "Bienvenido Mr. Marshall televisado, y que ahora, años más tarde, kilos de más e ilusión de menos, sólo esperan que el departamento de recursos humanos del Mercadona lea sus curiculum.

Arnyfront78

1 comentario:

  1. La verdad es que sacaste la esencia del kiosco .Como critica un poco recargado saludos

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Madrid, Madrid
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