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miércoles, 22 de enero de 2014

Naif

C/ San Joaquín, 16
Metro: Tribunal (líneas 1 y 10)
Cerveza: 1,50 (Budweiser)(sólo en barra), 2,50 el doble y 3€ el tercio
Tapa: nachos con una crema de atún o con crema de queso.
Especialidades: hamburguesas (clasica, cheeseburger, mexicana, ibérica, cajún, vegetariana, con todo...), sandwiches, baguettes, enrollados, nachos, quesadillas...


En la zona confinada por las calles Fuencarral, del Pez, la plaza de Juan Pujol y Manuela Malasaña se está librando una guerra cruenta, encarnizada, en la que se dispara a los rehenes (los consumidores) al gaznate, en la que se sangra ketchup. Un número a todas luces disparatado de locales que, en su día, fueron pescaderías, pajarerías o tahonas han sido alquilados por pequeños empresarios para destinarlos al sobreexplotado sector de la hostelería. 


Esto conduce al consiguiente absurdo que supone la existencia de manzanas de edificios con 40 locales de pizza, sushi o tartas como las que hacía la yaya haciéndose la competencia unos a otros. Es verdad que desde el medioevo el comercio ha venido ubicándose de forma gremial. Estaban el Arco de Cuchilleros, la calle de Bordadores, la Ribera de Curtidores y, por supuesto, Vinateros en Moratalaz. Así que, si querías comprar un orinal sabías que debías buscarlo en la calle de Latoneros. Pero el excedente de bares y restaurantes  en Madrid (alguien debería hacer un recuento riguroso para esclarecer cuántos ciudadanos hay por bar o, incluso, cuántos bares hay por ciudadano) parece que tiene más que ver con la idiosincrasia descabellada de un país reducido a ser el puticlub de Europa que con la organización cabal del sector servicios. 


Así, calles como Espíritu Santo, La Palma, San Andrés y la Corredera Alta de San Pablo evocan ese capítulo de Los Simpson en el que todas las tiendas de un centro comercial son Starbucks. La consecuencia... darwinismo puro y duro entre buscadores de oro en los cauces secos de una "Sierra Madre" madrileña en la que nadie parece prever que, como al final de la película, el viento devolverá los sueños dorados a la montaña. En concreto, hay una escalada bélica a base de bunkers de pan de espelta, bratwurst antiaéreos, napalm de guacamole y blindados de carne de kobe torturado con audiciones de las danzas polovtsianas del príncipe Igor; siempre a la búsqueda de hamburguesas, sandwiches y perritos perfectos. 


Como no somos ajenos a las tendencias (aunque sólo sea para evidenciar lo ridículas que son), nos adentramos en la calle San Joaquín donde localizamos del orden de cinco a seis locales especializados en la newave de la fastfood (la llamada finefood), aquella que pretende reinventar, dignificar o resetear lo que entendemos por "comida rápida": mierda que está rica. Por supuesto que las míticas hamburguesas del bar Lozano (a 100 ptas en 1995), que podréis encontrar casi llegando a la plaza de San Ildefonso, quedan fuera de la gincana. El resto son, bien sucursales de franquicias maquilladas (Steakburger bar), cursiladas con velas para comer el sandwich leyendo a Paul Auster, el Senf que siempre está cerrado, el Burger Lab, el Naif y una grow shop que debería hacer hamburguesas también... a las finas hierbas. 


Estuvimos recientemente en el Naif tan atraídos por las críticas lisonjeras como por las adversas. Antes de entrar advierto que la terraza se emplaza sobre sustratos de potas metageneracionales. Porque, aunque parezca mentira, el vídrio, el  vinagre, las mezclas más abstrusas en litros de coca-cola recortados y Johnny Barden de los Last Resort berreando en un loro medio escacharrao rejuvenecían a un barrio sucio y espontáneo que ahora sigue con la misma roña pero que ha devenido en previsible, pedorro y aburrido. 


Sólo con pasar el sobrio dintel de entrada uno percibe que todo ese esfuerzo que los responsables del Naif o de cualquier otro garito de la zona hacen para identificarse y distinguirse de los demás les ha llevado a lugares comunes, a remedar patrones de corrección estética que sólo conducen al empacho: amplitud desaprovechada y estéril, asepsia industrial en la puesta en escena, platos correctos pero no extraordinarios, váteres acicalados para parecer trasgresores pero que no van más allá de ser el excusado de Hello Kitty y, por supuesto, una clientela, de la treintena en adelante (la que tiene panoja), egoista, frívola y conservadora.  


La chavalería que antaño atestaba las calles, plazas, portales y garitos no tiene cabida en la Malasaña actual. A la juventud, sin curro y chantajeada por la condescendencia pecuniaria paterna, sólo le queda mandarse whatsapps, fumar macas en los bancos, comer hamburguesas de un pavo y follar en los arbustos. Y lo peor es que parte de esa clientela que vaga de restaurante en restaurante buscando hamburguesas que hagan juego con su ropa de diseño es a menudo quisquillosa a la hora de exigir un servicio inmaculado sin tener en cuenta el trabajo ajeno. Digan lo que digan las críticas, en el Naif se come bien. Las hamburguesas están ricas, jugosas y tienen un tamaño muy aceptable para lo que cuestan. 


Lo mismo pasa con los sandwiches, quesadillas, etc..., el sitio es agradable, limpio, los camareros son educados, eficaces, temáticos ( un chaval muy majete con kit de mod de famobil, un excéntrico con gorro con plumín, gafas de pasta, cabeza rapada y barba de mujahidin, un enrolladete de los que curran para ligar y una chavala seca pero amable) y atienden rápido para lo lleno que está siempre. Lo único jodido es que los asientos son incómodos. Estás tan cerca del vecino de al lado que te permite practicar ese deporte tan lucrativo e insolente que es oír conversaciones ajenas. Nosotros fuimos en domingo y estaba hasta la bandera. Coincidió que justo acababan de dejar libre la mesa del corner. Allí fue donde nos empotraron. Pedimos una birra, agua, dos hamburguesas (la de todo y la ibérica), una ensalada césar (fresca, con una pechuga de pollo de verdad, no aglomerado) y una bizcochona tarta de zanahoría. 


Que la carne es mejorable... por supuesto. Que se podían tirar el rollo y hacer unas papas fritas de acompañamiento en lugar de los snacks que ponen... pues también es verdad. Que los hipsters que piden mesa deberían saber la diferencia entre ir a la moda y parecer insectos... no cabe duda. Pero al margen de opiniones sesgadas, exigencias palaciegas y pajas mentales de zampabollos que gracias a los blogs se creen gourmets, salí del Naif con la grata e inusual sensación de que no me habían robado y de que la hamburguesa perfecta es cualquiera que comparta con mi chica.

PD: Domingo 13 de abril del 2014... 16 hrs y pico... la gente apura sus postres. Mi chica (embarazada) y yo nos dirigimos al camarero, el mod de palo, para que nos dé mesa. Nos dice que las únicas mesas que puede darnos son dos banquetas para comer en la barra y un rincón donde estuvo preso Ortega Lara. Miro alrededor y hay cuatro o cinco mesas amplias desocupadas que pretenden dar a grupos de cuatro. Evidentemente nos fuimos pero le tenía que haber preguntado si podíamos comer en el retrete.
"El que siembra con mezquindad, cosechará mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia".
(Pablo de Tarso)

Arnyfront78



2 comentarios:

  1. Estoy descojonao vivo leyendo tu blog y disfrutando como un gorrino de tu análisis sociológico de Malasaña. Mil gracias por la pechá a reir, mozo.

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    1. Muchas gracias, socio. Esa nuestra intención... partirnos la caja un rato. Este blog no se puede tomar en serio. Un abrazo tabernario.

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