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viernes, 15 de noviembre de 2013

Casa Antonio

C/ Quiñones, 11
Metro: San Bernardo (líneas 2 y 4) o Noviciado (línea 2) 
Botellín y caña: 1,25 (Mahou)
Tapas: Croquetas, tortilla de patata, papas con salchichas y pimientos, aceitunas, patatas fritas...
Especialidades: callos, tortilla, fabada, ensaladilla rusa, croquetas...
Menú del día muy apreciado por 9€ (a elegir entre 5 primeros y 8 segundos)



El pasado septiembre, sobre la arena no taurina de Zahara de los Atunes, cayó en mis manos el último número del hoy difunto suplemento de ocio de El País: On-Madrid. Fui raudo a comprobar con qué artículo sellaba Carlos Risco su fructífera colaboración con dicho magazine. Supuse que sería un artículo a la altura de un bar o garito excepcional y no me equivoqué. Su pluma caótica, estilizada, mordaz y honesta rindió pleitesía a una tasca vetusta, sencilla, oculta entre los muros de una calle galdosiana que parece ser antaño acogió al Tribunal de la Santa Inquisición, archiconocida en el vecindario pero ninguneada por los foros de sabios necrosados que no salen de las tertulias del Cafe Gijón, el cocido de Malacatín y el bacalao de Casa Labra. 

En Casa Antonio no hay placas que conmemoren que Cela bebiera allí absenta con Oteliña (aquella insólita chofer abisinia a la que exhibía para promocionar la guía Campsa) o que Fraga inaugurara el comedor a base de cuescos trémulos. No sabemos si en su váter descargó Miguel Mihura, si el Giocondo de Umbral sedujo a alguna aristócrata sedienta de verga obrera o si entre excesos de excusado McNamara encontro a Diós disuelto en una plata... de lo que sí sabe su artístico alicatado es del efecto que el tiempo ejerce sobre los hombres, sobre aquellos que nacieron el año en que se fundó (1964) y ahora tienen 49 implacables años y sobre aquellos que tenían 49 años entonces y ahora sobreviven gracias a la cafinitrina o sólo están presentes ya en fotos que pierden color en el fondo de un cajón. 

Supongo que cientos, miles de epopeyas parecidas han presenciado doña Inés y sus hijos, regentes del local, ciegos, sordos y enmudecidos por la implicita omertá que acarrea llevar un negocio en el que la gente zozobra en alcohol. El buen hacer que en la cocina tiene la legendaria mamma, preparando guisos como los que podría hacer tu abuela, con patatas fritas que no proceden de un arcón de congelados, con composiciones imperfectas en el emplatado como las que nos salen a todos cuando cocinamos en casa, sólo puede trasmitirme verdad, una palabra que poco a poco pierde significado en una sociedad absorta, desconcertada, aturdida por las apariencias. 

Platos de cuchara y diente que calientan en enero y arrebatan en julio son apurados por alarifes, chispas, profesionales de las teclas, estudiantes de mucho y poco, actores de la vida y algún que otro viudo destemplado. Las noches de farra también sirve de sacristía para la chavalería más "in" que alterna en el Siroco y para los no tan jóvenes que esquivaron el suicidio tras lustros escuchando a Los Planetas.
Ahora Casa Antonio, como museo vivo de la ciudad que es (no como muchos otros que expiran en un sueño de salas moribundas), como ejemplo de la tradición madrileña de convivencia en torno al bar en vez de a la iglesia, tiene el reto, nada fácil de resistir a la presión de un barrio amenazado por la gentrificación y a la inexorable necesidad de que las cuentas cuadren. 

Puede que si las cosas se tuercen tengan que traspasar el bar. Probablemente lo compraría un fondo de inversión que se lo alquilaría a jóvenes con pretensiones artísticas, estéticas y funambulescas  que quitarían la cabeza de toro de plástico, la máquina tragaperras, las mesas de mármol  y las botellas de brandy. Y en su lugar meterían muebles reciclados, velas aromáticas, conexión wi-fi, chaise longues para comer tumbados y té de las montañas azules de Nilgiri recogido hoja a hoja por tamiles con codos sucios, en lugar de tintorros y claretes. Y entonces la coyunda ya no sería Casa Antonio aunque dejasen el rótulo con el nombre como frívolo vestigio de lo que otrora fue una taberna castiza. Por suerte sólo son cábalas que espero no se cumplan. Sería una pérdida irreparable. 

Antes de marcharme observo un sifón de seltz que parece llevar allí toda la vida. De él pende un banderín del atleti. No podía ser de otra forma...
Suenan ecos de resistencia para Casa Antonio... siempre con una Mahou fría en la mano...
"When you walk through a storm
hold your head up high,
and don´t be afraid of the dark...
walk on, walk on
you´ll never walk alone"

Arnyfront78

2 comentarios:

  1. Gracias por llevarnos de cañas a quienes bebimos del botellin de la vida en aquellas tabernas castizas.

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    1. Un placer, socio/a. Gracias por leernos. Nos vemos en las tascas. ; )

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Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo