C/ Quiñones, 11
Metro: San Bernardo (líneas 2 y 4) o Noviciado (línea 2)
Botellín y caña: 1,25 (Mahou)
Tapas: Croquetas, tortilla de patata, papas con salchichas y pimientos, aceitunas, patatas fritas...
Especialidades: callos, tortilla, fabada, ensaladilla rusa, croquetas...
Menú del día muy apreciado por 9€ (a elegir entre 5 primeros y 8 segundos)
Metro: San Bernardo (líneas 2 y 4) o Noviciado (línea 2)
Botellín y caña: 1,25 (Mahou)
Tapas: Croquetas, tortilla de patata, papas con salchichas y pimientos, aceitunas, patatas fritas...
Especialidades: callos, tortilla, fabada, ensaladilla rusa, croquetas...
Menú del día muy apreciado por 9€ (a elegir entre 5 primeros y 8 segundos)
El pasado septiembre, sobre la arena no taurina de
Zahara de los Atunes, cayó en mis manos el último número del hoy difunto
suplemento de ocio de El País: On-Madrid. Fui raudo a comprobar con qué
artículo sellaba Carlos Risco su fructífera
colaboración con dicho magazine. Supuse que sería un artículo a la
altura de un bar o garito excepcional y no me equivoqué. Su pluma
caótica, estilizada, mordaz y honesta rindió pleitesía a una tasca
vetusta, sencilla, oculta entre los muros de una calle galdosiana
que parece ser antaño acogió al Tribunal de la Santa Inquisición,
archiconocida en el vecindario pero ninguneada por los foros de sabios
necrosados que no salen de las tertulias del Cafe Gijón, el cocido de
Malacatín y el bacalao de Casa Labra.
En Casa Antonio
no hay placas que conmemoren que Cela bebiera allí absenta con Oteliña
(aquella insólita chofer abisinia a la que exhibía para promocionar la
guía Campsa) o que Fraga inaugurara el comedor a base de cuescos
trémulos. No sabemos si en su váter descargó Miguel
Mihura, si el Giocondo de Umbral sedujo a alguna aristócrata sedienta de
verga obrera o si entre excesos de excusado McNamara encontro a Diós
disuelto en una plata... de lo que sí sabe su artístico alicatado es del
efecto que el tiempo ejerce sobre los hombres,
sobre aquellos que nacieron el año en que se fundó (1964) y ahora tienen
49 implacables años y sobre aquellos que tenían 49 años entonces y
ahora sobreviven gracias a la cafinitrina o sólo están presentes ya en
fotos que pierden color en el fondo de un cajón.
Supongo que cientos, miles de epopeyas parecidas han presenciado doña
Inés y sus hijos, regentes del local, ciegos, sordos y enmudecidos por
la implicita omertá que acarrea llevar un negocio en el que la gente
zozobra en alcohol. El buen hacer que en la cocina
tiene la legendaria mamma,
preparando guisos como los que podría hacer tu abuela, con patatas
fritas que no proceden de un arcón de congelados, con composiciones
imperfectas en el emplatado como las que nos
salen a todos cuando cocinamos en casa, sólo puede trasmitirme verdad,
una palabra que poco a poco pierde significado en una sociedad absorta,
desconcertada, aturdida por las apariencias.
Platos de cuchara y diente
que calientan en enero y arrebatan en julio
son apurados por alarifes, chispas, profesionales de las teclas,
estudiantes de mucho y poco, actores de la vida y algún que otro viudo
destemplado. Las noches de farra también sirve de sacristía para la
chavalería más "in"
que alterna en el Siroco y para los no tan jóvenes que esquivaron el suicidio tras lustros escuchando a Los Planetas.
Ahora Casa Antonio, como museo vivo de la ciudad que
es (no como muchos otros que expiran en un sueño de salas moribundas),
como ejemplo de la tradición madrileña de convivencia en torno al bar en
vez de a la iglesia, tiene el reto, nada
fácil de resistir a la presión de un barrio amenazado por la
gentrificación y a la inexorable necesidad de que las cuentas cuadren.
Puede que si las cosas se tuercen tengan que traspasar el bar.
Probablemente lo compraría un fondo de inversión que se lo alquilaría
a jóvenes con pretensiones artísticas, estéticas y funambulescas que
quitarían la cabeza de toro de plástico, la máquina tragaperras, las mesas
de mármol y las botellas de brandy. Y en su lugar meterían muebles
reciclados, velas aromáticas, conexión wi-fi,
chaise longues para
comer tumbados y té de las montañas azules de Nilgiri recogido hoja a
hoja por tamiles con codos sucios, en lugar de tintorros y claretes. Y
entonces la coyunda ya no sería Casa Antonio
aunque dejasen el rótulo con el nombre como frívolo vestigio de lo que
otrora fue una taberna castiza. Por suerte sólo son cábalas que espero
no se cumplan. Sería una pérdida irreparable.
Antes de marcharme observo un sifón de seltz que
parece llevar allí toda la vida. De él pende un banderín del atleti. No
podía ser de otra forma...
Suenan ecos de resistencia para Casa Antonio... siempre con una Mahou fría en la mano...
"When you walk through a storm
hold your head up high,
and don´t be afraid of the dark...
walk on, walk on
you´ll never walk alone"
Arnyfront78
Gracias por llevarnos de cañas a quienes bebimos del botellin de la vida en aquellas tabernas castizas.
ResponderEliminarUn placer, socio/a. Gracias por leernos. Nos vemos en las tascas. ; )
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