C/ de Villaamil, 4
Metro: Estrecho (línea 1)
Botellín: 1,50 (Mahou). Grifo de Amstel.
Tapas: Papas bavas, canapé de matrimonio (boquerón
en vinagre y anchoa), champis con papas fritas, pollo troceado,
morcilla, jamón serrano...
Especialidades: zamburiñas, navajas, bravas, croquetas, oreja...
Encontrarse una despedida de soltera en un mesón
gallego no creo que sea muy habitual. Se ve que el grupo de chavalas
que, recientemente nos alegraron las cañas con su impúdica alegría,
empezaban la juerga en el, probablemente, mejor bar
del barrio para eso de pimplar comiendo. Eran unas veinte zagalas, a
medio camino entre la juventud marchita y la adultez baldía, rindiendo
homenaje a una amiga en ciernes de destruir su relación de pareja
casándose. Maquilladas con minio, con moños sujetos
por palillos de restaurante chino y embuchadas en camisetas rojas a las
que, al final de la noche, se adherirían tropezones a medio digerir,
cercaban a la novia, con los móviles por testigos, para fotografiarla
comiendo oreja a la plancha. Y mientras... los
escaqueos al baño para orinar o cambiar compresas obligaban a
la número dos de la troupe, la encargada del megáfono, a delatar las ausencias con una canción de Nek tuneada para la ocasión: "Bea no
está, Bea se fue"...
Los camareros, impertérritos, seguían tirando cañas como si algo así sucediese a diario. El resto de clientes replegábamos en la medida en que las supervixens pedían rondas. Estaba claro que avanzaban como "la gran armée" en La batalla de Austerlitz, haciendo creer al enemigo que un flanco estaba debilitado. El climax llegó a su culmen cuando se impelió a la novia, con salsa brava como eyeliner, a besar a los chicos que llevasen algo rojo. Respiré hondo... un jersey gris me protegía. Tampoco me hubiera importado darle un beso, parecía más maja que las pesetas. Los elegidos encajaron el beso como Joe Frazier los golpes de Ali en Manila... aturdididos, desenfocados. Y es que nada ni nadie puede con un grupo de chicas en busca de jarana. Ni el más chulito del barrio, ni el más osado comediante, da la talla ante un despliegue de energía, desinhibición, sentido del humor y libertad como el que tiene un orfeón femenino, tenga la edad que tenga, cuando decide reírse del mundo. Parafraseando a Henry Miller en Trópico de Capricornio: "Cuando la mujer ríe, lo mejor que puede hacer el hombre es largarse al sótano refugio contra ciclones. Nada quedará en pie ante la carcajada vaginal, ni siquiera el hormigón armado".
Los camareros, impertérritos, seguían tirando cañas como si algo así sucediese a diario. El resto de clientes replegábamos en la medida en que las supervixens pedían rondas. Estaba claro que avanzaban como "la gran armée" en La batalla de Austerlitz, haciendo creer al enemigo que un flanco estaba debilitado. El climax llegó a su culmen cuando se impelió a la novia, con salsa brava como eyeliner, a besar a los chicos que llevasen algo rojo. Respiré hondo... un jersey gris me protegía. Tampoco me hubiera importado darle un beso, parecía más maja que las pesetas. Los elegidos encajaron el beso como Joe Frazier los golpes de Ali en Manila... aturdididos, desenfocados. Y es que nada ni nadie puede con un grupo de chicas en busca de jarana. Ni el más chulito del barrio, ni el más osado comediante, da la talla ante un despliegue de energía, desinhibición, sentido del humor y libertad como el que tiene un orfeón femenino, tenga la edad que tenga, cuando decide reírse del mundo. Parafraseando a Henry Miller en Trópico de Capricornio: "Cuando la mujer ríe, lo mejor que puede hacer el hombre es largarse al sótano refugio contra ciclones. Nada quedará en pie ante la carcajada vaginal, ni siquiera el hormigón armado".
Contagiados por el momento vivido, apenas reparamos
en el bar. Una taberna típica, estrecha, con buenas tapas (sobre todo la
salsa brava), con un servicio sorprendentemente eficiente para la
cantidad de gente que hay. Todo ello en un barrio,
el antiguo pueblo de Tetuán, burbujeante, con pegada a pesar de su
antigüedad.
Apurando la birra, una imagen de otro tiempo
paralizó la farra a través del ventanal: un par de religiosas embozadas
en sus hábitos, ajenas a lo mundano, extrañas a los placeres que nos
hacen humanos, caminaban impulsadas por el halo divino
de un Dios fuera de cobertura.
A su paso, las chicas, agolpadas en la
puerta para fumar, silenciaron por primera vez, hasta que la crack del megáfono saboteó una deferencia que otrora fue miedo a las sotanas
entonando: "alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alabaré a mi señor..."
El pueblo de Dios también está en los bares, aunque algunos que estamos en ellos vayamos al infierno por decisión propia.
Arnyfront78
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