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lunes, 6 de mayo de 2013

Yué Lái



C/ Hermosilla 101
Metro: Goya (líneas 2 y 4)
Especialidades: Restaurante chino para chinos... hotpot (caldero chino)
Por 15€ sales hasta las trancas

 

A finales de los 80, comer en un restaurante chino era algo excepcional para mí, de un exotismo audaz para un crío de diez años. La primera incursión fue en el desaparecido Liang Shan Po de la glorieta del Puente de Segovia. Aquella noche llevaba el dedo pulgar de la mano izquierda (o de la derecha) como una salchicha bratwurst. Yo era un pequeño cabrón que no dejaba de morderme las uñas y, al final, se me infectó un padrastro. El dedo latía como un corazón estresado... pensaba que se me iba a gangrenar. Mi madre pidió arroz tres delicias y todas las mierdas clásicas que conocemos todos (tallarines, cerdo agridulce, rollito de primavera, etc...). E incluso pidió pato a pesar de que corría el rumor de que desaparecían del río Manzanares y de que la sopa de aleta de tiburón sabía a carpa. Aquellos sabores eran nuevos, difíciles de describir para un paladar inexperto, difíciles de valorar en base a criterios de entusiasmo o displicencia. 


Los primeros restaurantes chinos de Madrid mantuvieron, hasta principios de los 90, cierto nivel de calidad e higiene aun teniendo precios más que competitivos. Fue durante el tránsito de país en vías de desarrollo a sociedad de consumo masivo cuando los chinos fueron extendiendo sus tentáculos hacia las barriadas para introducir su comida como competidora directa de la fast food. Empezó a ser habitual ver a familias de extrarradio yendo a comer los domingos al chino, tratando de romper el monótono plan de vuelo del fin de semana, algo así como el acontecimiento familiar del mes. A partir de entonces sería habitual encontrar pelusa púbica entre las gambas salteadas o rastros verdes en los palillos que te daban precintados. En la actualidad, hay poco que decir... la guerra entre hamburgueserías, pizzerías, comida china y kebabs sólo puede perderla nuestro colon. 

Está demostrado que, como parte de su táctica comercial, los restaurantes asiáticos ofrecen una carta adaptada a los gustos de los comensales locales. Dudo mucho que algún habitante de Guangzhou o Chengdu añada tortilla francesa, jamón york y guisantes al arroz. Si no fuera porque resulta demasiado cantoso serían capaces de incluir el arroz con leche como postre típico mandarín al lado del asqueroso helado frito. Y mientras nos envenenan con el puto glutamato monosódico, con el que sazonan todos los platos, ellos se comen el arroz, las verduras, la carne y el pescado prácticamente sin aderezar, como si supieran que la cruzada silenciosa contra occidente se gana en los intestinos. Al final comer en un chino o llamar para que te traigan la zampa a casa se ha convertido en una costumbre en la misma medida en la que ha dejado de serlo hacerse unas lentejas. 

Sin rechazar lo más mínimo la experiencia folclórico-grotesca que supone comer en un chino cualquiera, me decanto por aquellos que han apostado por ceñirse a la auténtica comida de allí. Probablemente el que destaque por su relación calidad/ precio sea el Yué Lái. Por unos 15€ por barba sales hasta arriba de guisos tan inauditos como apetitosos: albóndigas de tendón, lonchas de sangre de cerdo, patas de pato, algas varias... Puedes elegir entre unos ciento y pico platos que vienen en la carta. La mayoría de ellos son para echar en el hotpot, el famoso caldero chino. Es sin duda la estrella del local; puedes elegir entre una o dos sopas (la normal que pica de por sí y la picante con la que al día siguiente te darán los buenos días unas almorranas como racimos de uvas), en las que se van echando toda clase de carnes, verduras, pescados, fideos chinos, etc... para que se vayan haciendo en el caldo. Todo ello acompañado de una crema de cacahuete, idónea para shocks anafilácticos. El Hotpot es una buena elección si se va en comando, pero yo prefiero los platos normales (giozas fritas, arroz con verduras chinas o con verduras secas, cerdo yu xiang....). Los más cobardes pueden encontrar en la carta la típica y tópica formula chinesespanish: rollito, tallarines, arroz tres delicias y cerdo agridulce. Todo está bien cocinado a pesar de la apariencia untosa del local y de que no hay que mirar con detenimiento la cocina. 



 Puede que te cueste encontrarlo si no tienes las señas exactas ya que pasa desapercibido a primera vista. La referencia es que está justo enfrente de la puerta trasera del Museo del Jamón de Goya, en donde suele caer, al menos, una caña antes de entrar. Una vez traspasado el austero dintel de madera de la entrada quedarás aturdido por la bofetada de calor que desprenden los peroles. La mesa la suele servir un chaval con mejillas de batracio y el porte indolente de quien asume que le queda toda una vida sirviendo a compatriotas que aparcan Lexus en la puerta. Aproximadamente el 25% de los clientes son españoles. El otro 75% son charlies que llevan el pelo como si a Vegeta le hubiese peinado Justin Bieber. Ante el despliegue de chandals de container, deportivas ultrasónicas, ipods caídos de camiones y mechas fucsias al bies, resulta imposible identificar quién es quién: quién es hombre, quién mujer y quién pokémon. Todos mastican sin prisa pero sin pausa, echando un vistazo, de vez en cuando, a la telenovela de samurais que emite la tele del fondo, iniciando conversaciones cruzadas, sin mirarse a los ojos por miedo a entrever las almas ajenas. 

Con la cuenta solían ofrecer mandarinas y un licor de flores que sirve de limpia-cristales, pero últimamente se lo ahorran, a menos que la cuenta ascienda a 50€. 
El último vistazo recae inevitablemente en el Zhaocai Mao que hay sobre una estantería. Sigue recaudando pasta al ritmo de su incansable movimiento de brazo; invocando la fortuna para un pueblo, el chino, que en menos de una década comerá jamón ibérico mientras nosotros enriqueceremos el arroz con Avecrem... por aquello de que alimente un poco más.

Arnyfront78

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