Metro: La Latina (Línea 5)
Botellín: 1,40€ (Mahou). Grifo de Estrella Damm
Tapas: Torreznos abulense, patatas revolconas, tortilla campera guisada, boquerones en vinagre...
Especialidades: Chuletón de Ávila, callos, albóndigas, caracoles...
Menú del día por 9,50 (cinco primeros y segundos a elegir)
En una etapa reciente de mi vida en la que amanecía en bares solo, con amigos o agarrado al insólito pezón de una valkiria de arrabal, tenía la costumbre (si era domingo a mediodía) de matar la larga noche postergada por el vicio almorzando patatas revolconas en La Muralla. El corto trecho entre El Lorena (refugio caníbal para la canallada) y La Muralla parecía la etapa reina del Tour de Francia. Es difícil arrastrar el cuerpo 200 metros cuesta abajo cuando llevas bebiendo, ininterrumpidamente, 16 horas. La gente, lozana, con un esplendor proyectado por el exceso de cremas faciales, cañeaba (como llaman los pedorros latineros a surfear de bar en bar los domingos de rastro y misa) en las terrazas, con la prudencia habitual que tienen quienes no gustan realmente de libar, sólo posar con la caña en la mano mientras son observados/as por posibles aspirantes sexuales.
Entre todos ellos/as
seguía mi camino sin poder abrir los ojos al hiriente sol,
probablemente con algún periódico robado bajo el brazo, intentando
alcanzar unas patatas revolconas que aparecían como un totem ante
mis primeras náuseas. Aquellas patatas sabían a gloria, pasaban con
fluidez por un esófago ávido de algo diferente al etanol. Las he probado
mejores, pero "a buen hambre no hay pan duro". La suegra de mi padre
(que no es mi abuela), con la autoridad que le confiere ser del Valle
del Amblés, dice que no se llaman revolconas sino meneadas porque se
menean, no se revuelcan por el suelo. Sin embargo, aquí en la urbe las
conocemos por revolconas... vete tú a saber.
El
bar es estrecho, un pasillo con comedor al fondo que sirve de coartada a
la terraza (abierta incluso en invierno). Una terraza que ve pasar
cientos... miles de cañas al año, acompañadas de raciones salpimentadas
por el CO2 de los coches.
Hace
unos días pasamos por allí para poner imágenes a este texto y, de paso,
tomar un botijo. Debían ser las siete de la tarde. Fuera no quedaba ni
una silla vacía. Teutonas bovinas acaparaban el sol para intentar dorar
sus lívidas nalgas. Dentro, dos camareros sudamericanos preparaban las
comandas mientras una pareja de impávidos veteranos, peloti en mano, veían como
Saladino conquistaba Jerusalén en un documental de La 2. De vez en
cuando preparaban algún que otro bocata digno de incarle el diente:
apaisados, con bastante chicha. De tapa nos pusieron dos tiras grandes
de torreznos de los de verdad, de esos con grasa entreverada entre la
corteza y la carne chamuscada, que se quedan hechos ovillos al pasar por
la faringe.
La
Muralla es, sin duda, un refugio en La Latina... un bar normal, con
tapas admisibles y precios tolerables. Pero resulta desazonador intuir
que si no fuera por la terraza, en la que seguramente se facturan el 90%
de las ganancias del local, ahora sería vinoteca, gastroteca o Lounge bar. Palabras todas ellas que definen la absoluta vacuidad.
Arnyfront78
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