Metro: Ventura Rodríguez (línea 3) o Argüelles (líneas 3, 4 y 6)
Caña doble (no hay botellín): 1,70€ (Estrella Damm) 40cl aprox.
Tapas:
cazuelitas de distintos tipos (de ensalada de pasta, de champiñones, de
guisantes...), boquerones en vinagre con aceitunas, una especie de
pañuelos hojaldrados rellenos de ¿queso?, patatas fritas...
Especialidades:
las tostas, los pinchos, las hamburguesas, los huevos
rotos con jamón ibérico o con gulas y gambas, la carrillada de ternera
en salsa, la foundue de torta de la Serena... Gran variedad de tés
exóticos.
Lo de la afición del madrileño por sentarse a pribar en terrazas alquitranadas no tiene parangón. Dudo mucho que en otras partes del país y, sobre todo del planeta (porque al fin y al cabo de un compatriota se puede esperar cualquier cosa), la gente elija abrevar en lugares en los que un avispado puede cogerte lonchitas de jamón ibérico desde su asiento de copiloto. Es como si una mezcla de pereza (para no caminar hasta una terraza decente) y reafirmación de la idiosincrasia urbana nos impulsara a tomar las cañas alicatados al frontal de un Opel Vectra. A veces creo que la máxima de mi colega el Lolo: "no pisaré la montaña hasta que la asfalten" es extensible a una gran parte de los madrileños que seríamos capaces de celebrar una cena romántica en el vertedero de Valdemingómez. No es extraño toparse con terrazas situadas en arterias colapsadas de la ciudad, junto a paradas de autobuses, al lado de entradas de parking y, seguramente en breve, encima de glorietas.
Madrid
está llena de plazas ajardinadas y parques con quioscos que,
cuando asoma el sol tres días seguidos, sacan mesas y sillas para
deleite de los terraceros y enojo de los niños con balón. Tampoco parece
una alternativa, salvo en las barriadas, beberse una latilla con unas
pipas en un banco alejado de la polución ya que, para muchos esnobs de
medio pelo, resulta una costumbre tercermundista. Preferimos una birra
con lacayo y trono aunque sea en la mediana de la M-30. La terraza de
Fogón y Candela no está en una autovía pero contempla indiferente la
sobredosis de coches que atraviesan la calle Ferraz con dirección a
Moncloa. Ni más ni menos que tres carriles de incesante tráfico y una
banda sonora original que haría las delicias de los aficionados a los
grupos de noise. Cuando
llega el final del invierno (que en Madrid puede ser en enero o en
julio), se llena de oficinistas de la zona que intentan sacar algo de
provecho al día perdido (a las pestosas jornadas laborales), tomándose
unas cañas que actúen como agente amnésico ante un malestar creciente.
Todos piden tostas porque son las reinas del garito. Unas tostas
exageradas, tanto en precio como en tamaño. Nunca he entendido las
tostas. De repente, a un iluminado se le ocurrió poner un filete, un
huevo frito, unas sopas de ajo o un cocido en tres vuelcos encima de una
rebanada de pan y bautizar el invento con el beneplácito del modernismo
más gocho. Pero he de reconocer que las de aquí son de calidad. También
hay que reconocer el esfuerzo empresarial por montar un local
descomunal como éste en uno de los barrios más caros y tradicionales de
Madrid, con diferentes propuestas gastronómicas (desayunos, menús del
día, pinchos que cambian semanalmente, variedad de aperitivos, raciones,
hamburguesas, etc...) y un servicio eficiente.
Se ve que es uno de los
pocos sitios del barrio que no se ha dormido en los laureles y sigue
batallando en estos tiempos en los que sale más rentable quedarse en casa leyendo el periódico que mantener abierto un negocio.
A
diferencia de otros bares a los que sólo les falta tapiar la entrada
para hacerse, si cabe, más invisibles, han optado por un cariz pulcro,
luminoso y transparente a pesar de que, bajo mi punto de vista, sea una
propuesta impersonal. Y digo impersonal porque, sin ese esfuerzo por intentar
hacer las cosas bien, sería un sitio más, un bar-cafetería sin alma.
Las
cervezas cuestan 1,70€... sí, pero son más grandes que los dobles que
ponen en otros sitios y con unas sartencitas chicas pero ricas. En lugar
de aperitivos sebáceos a base de patatas, masas y aceites sulfúricos,
se curran unos boquerones en vinagre, ensaladas de pasta, champis
salteados, guisantes... es una alternativa racional a las típicas tapas
grotescas a base de grandes cantidades de bazofia que tanto gustan a una
muchachada que dentro de veinte años empezará a cagar coágulos con la
forma del águila imperial de Slayer.
Arnyfront78
Uyyyy este blog no me lo pierdo desde ya!
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