C/ Ferraz, 43
Metro: Argüelles (líneas 3, 4 y 6)
Botellín: 1€ (Estrella de Galicia). Grifo de Estrella de Galicia.
Botellín: 1€ (Estrella de Galicia). Grifo de Estrella de Galicia.
Tapas: oreja con salsa, garbanzos con morcilla, pollo con patatas, queso, aceitunas, papas fritas...
Especialidades: gran variedad de cervezas de importación, raciones (sepia a la plancha, setas, cloquetas, habitas con jamón, ensaladilla rusa...), platos combinados, bocatas, sandwiches, hamburguesas (hamburguesa de buey Valle de Esla), ensaladas...
Menú del día a 12€ (a elegir entre cinco primeros y segundos)
Especialidades: gran variedad de cervezas de importación, raciones (sepia a la plancha, setas, cloquetas, habitas con jamón, ensaladilla rusa...), platos combinados, bocatas, sandwiches, hamburguesas (hamburguesa de buey Valle de Esla), ensaladas...
Menú del día a 12€ (a elegir entre cinco primeros y segundos)
Los
domingos hay pocas opciones de tomar cañas por los alrededores del
Parque del Oeste sin sucumbir a las cautivadoras pero sangrantes
terrazas de Pintor Rosales. Una de esas opciones (o tal vez la única
decente que hemos encontrado) es la Cervecería El Prado. A diferencia de
El Lagar y Platos Rotos, que acatan a la española el mandato bíblico
del Deuteronomio: "Es día del Señor, en ese día no trabajarás ni tú, ni
tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu
asno...", El Prado hace competencia desleal al párroco del santuario del
Inmaculado Corazón de María que sale a la puerta del templo a capturar a
vecinos sediciosos que se escaquean de misa.
Nosotros optamos por la herejía bírrica, pero habríamos reconsiderado la oferta, a pesar de ser satánicos, si el religioso nos hubiera garantizado dos o tres rondas de vino misal. Si he conseguido leer "La caverna" de Saramago, creo que podría soportar un oficio entero borracho. Aparentemente, El Prado no ofrece nada. Su fachada horterilla, de charcutería de General Ricardos, no seduce al viandante. Salvo por la oferta de botijos de Estrella de Galicia a un pavo con tapa (que para como se están poniendo las cosas está bastante bien) y por el surtido de cervezas de importación que cambia semanalmente, carece de especialidades significativas que propaguen el boca-oreja entre los tabernófilos.
Sin embargo, una apacible atmósfera senil, casi tan beatífica como la de la iglesia, sólo interrumpida por algún que otro berrido de comanda, hace que nos sintamos cómodos e incluso cómplices. Cómplices de ancianos gráciles y torpes, sobrios y ebrios, con abrigos rozados en las coderas ellos, con permanentes monumentales ellas, que escenifican ese conmovedor ritual que es salir a comer el menú del día a la cafetería de debajo de casa o al bar de la esquina con el/la compañero/a de vida, al que en breve se llevará el cansancio. Probablemente no dirán nada durante la comida; compartirán la deglución de alimentos con el reverencial silencio que impone haberse dicho todo a lo largo de los años.
Y entre consomés que se quedan tibios por el lento discurrir de la absorción y filetes que ya no se pueden masticar fluirá la hermosa y triste (por lo que tiene de inexorable) convicción de que la vida compartida es mejor que la otra. Si no, que se lo digan a ese viudo (siempre hay alguno) que proyecta melancólicos ocres desde el fondo del comedor... siempre solo, olvidado en vida... con el periódico doblado por la página de esquelas y la vista invocando a una muerte que no llega. Pero no es un lugar triste, ni siquiera pre-funerario. También hay chavales que compensan la media de edad jarreando hasta que echan el cierre. Y por supuesto dos camareras latinas que hacen castañear dentaduras al compás de contoneos tropicales.
Probablemente El Prado esté condenado a ser la sombra de El Lagar, con la ventaja y desventaja que ello supone. Ventaja porque cuando El Lagar se llena, la gente entra al de al lado. Inconveniente porque buques insignia del tapeo de Madrid eclipsan al resto de bares, a los que, por desconocimiento o por inercia, no solemos dar cancha.
Nosotros optamos por la herejía bírrica, pero habríamos reconsiderado la oferta, a pesar de ser satánicos, si el religioso nos hubiera garantizado dos o tres rondas de vino misal. Si he conseguido leer "La caverna" de Saramago, creo que podría soportar un oficio entero borracho. Aparentemente, El Prado no ofrece nada. Su fachada horterilla, de charcutería de General Ricardos, no seduce al viandante. Salvo por la oferta de botijos de Estrella de Galicia a un pavo con tapa (que para como se están poniendo las cosas está bastante bien) y por el surtido de cervezas de importación que cambia semanalmente, carece de especialidades significativas que propaguen el boca-oreja entre los tabernófilos.
Sin embargo, una apacible atmósfera senil, casi tan beatífica como la de la iglesia, sólo interrumpida por algún que otro berrido de comanda, hace que nos sintamos cómodos e incluso cómplices. Cómplices de ancianos gráciles y torpes, sobrios y ebrios, con abrigos rozados en las coderas ellos, con permanentes monumentales ellas, que escenifican ese conmovedor ritual que es salir a comer el menú del día a la cafetería de debajo de casa o al bar de la esquina con el/la compañero/a de vida, al que en breve se llevará el cansancio. Probablemente no dirán nada durante la comida; compartirán la deglución de alimentos con el reverencial silencio que impone haberse dicho todo a lo largo de los años.
Y entre consomés que se quedan tibios por el lento discurrir de la absorción y filetes que ya no se pueden masticar fluirá la hermosa y triste (por lo que tiene de inexorable) convicción de que la vida compartida es mejor que la otra. Si no, que se lo digan a ese viudo (siempre hay alguno) que proyecta melancólicos ocres desde el fondo del comedor... siempre solo, olvidado en vida... con el periódico doblado por la página de esquelas y la vista invocando a una muerte que no llega. Pero no es un lugar triste, ni siquiera pre-funerario. También hay chavales que compensan la media de edad jarreando hasta que echan el cierre. Y por supuesto dos camareras latinas que hacen castañear dentaduras al compás de contoneos tropicales.
Probablemente El Prado esté condenado a ser la sombra de El Lagar, con la ventaja y desventaja que ello supone. Ventaja porque cuando El Lagar se llena, la gente entra al de al lado. Inconveniente porque buques insignia del tapeo de Madrid eclipsan al resto de bares, a los que, por desconocimiento o por inercia, no solemos dar cancha.
Dado
que el bipolar panorama del tapeo madrileño oscila entre lugares como
el Tigre, El Boñar, Pepe el Guarro, Los Amigos, Los Enemigos e incluso
mi querido Lagar, y chill outs donde la tapa hay que imaginarla,
propongo que cervecerías limpias, sencillas, económicas y con un trato
cordial como ésta sean consideradas farmacias.
Parece que entre gochos y modernos sólo hay tierra quemada.
Arnyfront78
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