C/ Argumosa, 28
Metro: Lavapiés (linea 3)
Caña (no hay botellín): 1,30€ (Amstel)
Tapas: gambas, papas alioli, tortilla, papas con chorizo, salchichón...
Especialidades:
Pulpo, lacón y merluza a la gallega, tortilla de patata, empanadas de
carne, atún y bacalao, solomillo de cebón, chuletón de ternera...
Menú del día por 15€
Con
está entrada queremos cerrar la trilogía gallego-chulapa que empezamos
con el Chacón (templo del exceso por antonomasia), seguimos con el
Portomarín (paradigma de la decadencia) y cerramos con la nave nodriza:
el O' Pazo de Lugo. Si en el libelo que escribí contra el Portomarín ya
indiqué que desconocía los lazos que unían a los tres mesones, gracias a
las página web mesiánica que tiene el O Pazo he salido de dudas. Fueron
los hermanos Francisco y Marcial (como dos monjes benedictinos)
quienes, llegados de tierras lucenses en 1971, emprendieron una odisea
empresarial con la apertura del O' Pazo, El Chacón en 1977 y el
Portomarín en 1982... evidente homenaje a Naranjito.
Han pasado los
años y las cosas parecen bastante claras: la joya de la corona es éste
mesón flagrantemente customizado a lo rústico-pecuario. Ese suele ser el
estilo decorativo preferido por los provincianos con dinero a la hora
de elegir casa rural con encanto cuando deciden ir a joder el campo con
sus Jeeps. Todo es robusto y contundente: el pórtico de salón de bodas
de Usera, la barra, los muros, las bancadas, las vigas de madera
(seguramente innecesarias), la comida e incluso los camareros y
cocineros filipinos tan bien adiestrados como los Beagles que esperan a
las puertas de la aduana los vuelos llegados de Bogotá. El sitio está
limpio, demasiado limpio en comparación con las otras dos sucursales.
Eso quiere decir que está concebido y acondicionado como restaurante
aunque aparente ser un mesón tradicional. Quieren hacer criba
defenestrando a los comedores de salchipapas y a los boceras de "sol y
sombra" apegados a la roña, pero sin rechazar a la clientela de clase
media-baja que, una vez al mes (ahora cada tres meses gracias a la
crisis), salen, como Nosferatu, de las catacumbas donde viven para
cumplir con un ritual tan predecible como angustioso: comer en familia.
La primera vez que entré fue hace cinco años. Allí estaba libando
Agustín García Calvo. Había dado una charla en Cruce (Doctor Fourquet,
5), que presencié en diferido. Mi cabeza viajaba a la tienda del chino
con sus yonki-latas de Mahou verde en neveras que no enfrían. Para
honrar tan ilustre presencia le endilgaron unas patatas con chorizo
encharcadas en aceite. Lo más probable es que, con alguno de sus poemas,
sólo se les ocurriera servirlo a la gallega... Años después he
regresado varias veces y siempre he salido pensando "por qué coño he
vuelto". Si quisiese comer pulpo o lacón por la zona seguramente lo
elegiría; pero para tomar un par de cañas resulta decepcionante. De
entrada, un buen observador puede apreciar que tienen dos tipos de
aperitivos: el A (para los conocidos de la casa) consistente en
tortilla, chorizo, queso..., y el B (para los no parroquiano) ... las
odiosas patatas con pomada (alioli) o gambas. Aunque estén ricas odio
que me pongan gambas en los bares. Después me llevo los dedos a la nariz
y es como si hubiese hecho un frotis a Marujita Díaz.
Comprendo que se
premie a los habituales pero no de forma tan evidente... el agravio
comparativo resulta grosero y, sobre todo, estúpido ya que, lo lógico,
sería fidelizar a nuevos clientes agasajándoles, como mínimo, igual que a
los veteranos.
No
hay quejas respecto al servicio... quizá resaltar la diferencia entre
la eficiencia autómata de los camareros filipinos y la habitual pachorra
enfurruñada de esos camareros españoles expertos en todo tipo de
conversación... deportes, política, física cuántica o urología. Me lo
pusieron fácil a la hora de decidir si dejaba propina.
En su lugar
fotografiamos este bodegón formado por lacones resecos, bayetas
gangrenadas y cúmulos de harina que serían sospechosos a según qué
hora.
"¡Adentro ratones, que todo lo blanco es harina!"
Arnyfront78
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