Corredera Alta de San Pablo, 6
Metro: Tribunal (líneas 1 y10)
Botellín: 1,40€ (Mahou)
Caña: 1,30€ (San Miguel)
Vermú: 1,90€ (Cañí)
Tapas: papas con chistorra, paella, empanadillas congeladas, ensaladilla rusa, champis...
Especialidades: minis, bocatas, alitas, morcilla, gambas al ajillo, croquetas caseras...
Cuando hace apenas un año nos embarcamos en esta
aventura chuza y gamberra de beber mucho y escribir a ratos, teníamos
claro que el propósito no era hacer una guía al uso. Para buscar
restaurantes formidables, tabernas cuquis y bares en
los que petar a base de jarrotes y aperitivos ingobernables, ya tenéis
multitud de webs y blogs de gran utilidad que nosotros leemos con
interés y respeto. Gracias a esa amplia red informativa hemos
descubierto bares fascinantes y descabellados que ahora frecuentamos.
Pero hay muchos otros, la mayoría, que quedan fuera de juego. Bares que a
nadie importan, que nadie busca en internet pero que son la médula
espinal de este país que vive en la calle porque, sin duda, es más
sustancioso que estar en casa.
Hablo del bar de la
esquina, el del primer café de la mañana, el que tiene el nombre del
dueño o del pueblo donde nació, a donde bajas a comprar tabaco y a ver
el partido atragantado por unas bravas. Todos esos bares
irremediablemente anónimos, postergados por la virtud y desdeñados
por causa de la manifiesta desidia o de la ingrata rutina, iluminan y
maquean las calles, plazas y avenidas de nuestros pueblos y ciudades.
Precisamente el hecho de que sigamos bajando al bar a tomar la caña, el
chato o el café de rigor, a pesar de que nos
cueste el triple que en casa, es lo que nos diferencia de esa Europa
madrugadora y estreñida que observa con asombro como en el sur la vida
siempre se abre paso a pesar de las dificultades... la escuela de
calor... calor climatológico y humano.
Hace un par
de años estuvimos en ese espectacular y panorámico departamento francés
que es Normandía. Lo más alegre de aquellas hermosas tierras es el
cementerio de los caídos alemanes... por aquello de que ya no se
volverán a levantar. No he visto gente más sosa, pálida
y disciplinada en mi vida. El resto septentrional del continente... tres
cuartos de lo mismo, ya han cenado cuando nosotros estamos con los
postres.
De ahí, mi sincero homenaje a todos esos hombres, mujeres y grifos que con su esfuerzo diario, escasamente recompensado, no dejan que nos homologuemos a esos cabeza cuadradas del norte que entienden que la vida hay que disfrutarla con reuma y una sonda.
De ahí, mi sincero homenaje a todos esos hombres, mujeres y grifos que con su esfuerzo diario, escasamente recompensado, no dejan que nos homologuemos a esos cabeza cuadradas del norte que entienden que la vida hay que disfrutarla con reuma y una sonda.
Un tugurio de esta guisa es El Prado. No nos
referimos a la cafetería de la calle Ferraz de la que dimos cuenta hace
un par de meses, ni tampoco a la ilustre pinacoteca madrileña, a pesar
de que echando un vistazo a su interior se podrían
encontrar rescoldos de El aquelarre de Goya, sino a un bar aparentemente
corriente pero verdaderamente insólito.
Ni la oferta de minis de
cerveza y sangria, ni el mega proyector comprado para deleite de los
yonkis del fútbol son reclamos suficiente para ocupar
esta inefable guarida en la que los botellines no están baratos (1,40€),
los aperitivos suplican una "solución final" y parece estar decorada
por un enemigo del dueño. Sin embargo, desde el primer momento que
cruzamos esa fachada monopolizada por el kraken
pintado en la vidriera, algo me decía que estaba ante un bar único,
excepcional, bendecido por Calíope, poseedor de identidad y
predisposición destructiva. En la primera visita el panorama no podía
ser más desolador y magnético a la vez: al fondo dos señoras,
cruzando el rubicón del ocaso, en chancletas, legañas con almíbar y
sudadera "Adistras", compartían un mini de nacional mientras remolcaban
con la cuchara un volquete de ensaladilla rusa. En la pared, se
proyectaba el Real Madrid - Almería del día anterior
como si fuera un cine-forum. Un señor mayor lo veía dormido. El
camarero, un sudamericano con el pelo de Enrique Cerezo, premió nuestra
osadía con unas patatas frías con chorizo caliente.
A nuestra derecha,
postrada sobre la barra, una mujer ajada, con el pelo
rubio-ceniza pero no de L´Oreal sino de los pitis, agarraba un vaso de
tubo con un extraño fluido gris marengo como si le fuese la vida en
ello. Confesaba con congoja a otro parroquiano que su madre le había
enseñado a despescuezar pollos en el pueblo cuando
tenía siete años. Eso, sin duda, marca una vida; si no que se lo digan a
Clarice Starling con los corderos. De repente, entraron dos "metal
forevers" que se prometieron no volver a lavar los New Caro el día en
que los Maiden crujieron la Canciller. Pidieron
la bebida oficial de un heavy: jarra de birra helada... sin aperitivo...
por supuesto... comer es de nenazas.
Todo en general iba adquiriendo
matices esperpénticos, lisérgicos, casi místicos.... cajas y barriles desperdigados, "Jungle Jane" y "La diligencia" tragando
y escupiendo leuros, estampas religiosas, vasos que se caían cada cuatro
minutos, un lienzo de inspiración naif que bien podría representar la
plaza de al lado (San Ildefonso) o la plaza del campanile de Florencia e
incluso una remesa de tercios de True Blood
por si se deja caer Bill Compton.
La segunda visita de hace una semana no fue tan
bizarra; seguramente porque estuve menos tiempo y bebí con moderación.
No obstante el ambiente era igual de espeso y atemporal. Creo
sinceramente que El Prado es un ovni perteneciente a una
civilización arcaica que se ha quedado atrapado en un planeta, Malasaña,
demasiado sofisticado para su subsistencia. Y en ese ovni hay
marcianos, o tal vez seres humanos, como tú o como yo, que no tenemos
cabida en ese mundo de guapos y guapas.
Arnyfront78
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