Metro: Laguna (línea 6)
Botellín: 1,30 (Mahou). Grifo de Estrella Damm.
Tapas: jeta de cerdo churruscada, aceitunas, papas alioli...
Especialidades: cordero, jeta, chichas,mollejas,chorizo, morcilla, oreja a la plancha, cochinillo, champiñón con jamón, chuletas... bocatas a 3€ y montaditos a 2€.
Hablar
del Mesón del Cordero es hablar de parálisis. Nada ha cambiado desde
que hace treinta años mi padre me llevara por primera vez a comer jeta.
Ni su emplazamiento en la calle Alhambra frente al campito de fútbol de
Gallur, ni su pintoresca fachada de posada de villorrio, ni las mesas,
ni las vitrinas con carnaza, ni los palillos planos (que son más
baratos), ni los servilleteros, ni el enorme lienzo con vocación de
mural con temática pastoril, ni, por supuesto, la lumbre, esa
incandescente fragua de Vulcano a la que se ofrendan animales muertos,
han cambiado un ápice.
El único cambio en más de tres décadas ha sido la
avería del teléfono público, uno de esos teléfonos de bar tan socorrido
para emergencias antes de que cediésemos la libertad y el privilegio de
no estar localizados, de estar aquí, allá o en el infierno, a ese
aparato electrónico llamado móvil. El teléfono sigue sin funcionar, pero
el secador de pelo con el que se atizan las ascuas, no. Su ruido
compite con el crepitar de brasas y con el compás bullanguero de una
comitiva dionisiaca capaz de neutralizar la distorsión. Allí, al calor
que irradia la churruscada jeta que ponen de aperitivo, se apiñan
libadores cetrinos, centauros con bastón de mando, cotizadores de
empresas propias y acreedores de tiempo y sed. En definitiva...
filósofos.
Filósofos de chato madrugador, de sol y sombra invernal, de
los que teorizan sobre el silencio, de los que trinan por bulerías.
Alguna que otra cheira blande en verso libre cuando las palabras faltan o
sobran para zanjar pleitos, allí donde la ley de Cañorroto, la patria
de Manzanita y sus Chorbos, se impone vía decreto. La percepción de
funestas consecuencias disuade a los profanos de bravatas faroleras. La
única ley escrita prohíbe cantar y bailar y, por extensión, explica el
resto de leyes no escritas, aquellas que sólo el instinto intuye. La
escarcha del botellín contrasta con un clima cálido tirando a tórrido
que deja los labios febriles, los dedos pringosos, pavesas en el pelo y
la tensión ocular reflejada en ríos sanguinolentos que tiñen córneas.
De
vez en cuando entra una morena en chanclas, con un chandal rosa de
McYadra y el moño en souflé de castañas para comprar un paquete de
Nobel. Puede que tenga unos 17 años, sus hijos de 11, 9, 6, y 2 años
esperan fuera. La vida se abre paso en los bloques. El único método
anticonceptivo es no meterla.
Los
días de partido se discute de política y los días que no hay partido se
discute de fútbol. De mujeres no se habla... cada uno forja su cruz.
Seguramente ellas aguardan en casa con rabia y legañas a que el
alcohólico que salió por la puerta a tomarse una caña vuelva llorando
derrotas.
Entremedias, en la distancia, ambos tendrán tiempo para
reflexionar acerca del momento en que la convivencia se fue por el
sumidero. Seguramente ni se acuerden, tal vez los lazos de la costumbre
sean tan fuertes que la inercia mantendrá unidos hasta la muerte a seres
que se desprecian.
La
terraza, durante las noches de verano, es tomada por la vecindad
carnívora. Banquetes de proteínas y grasas regadas con cerveza y,
si es menester, con Four Roses, intensifican el fuego que hierve bajo
el pavimento los días de implacable canícula, en una ceremonia
insolente, de envite a Helios, a ver si tiene huevos de lanzar tal
chorro de calor que la peña sólo quiera ensaladas y gazpachos. En
noviembre la enorme chimenea parece dar la bienvenida al frío ahumando
la ropa del vecindario.
Es entonces cuando cuadrillas de amigos y
enemigos se arremolinan en torno a las amplias mesas del comedor para
celebrar, a lo neardental, navidades, victorias pírricas, desagradables
reencuentros con amigos de la juventud y, por supuesto, divorcios. Sea
lo que sea, el camareta oficial de primera, el herrero de la carne
seguirá fraguando jetas, mollejas, chichas y paletillas para que nadie
pueda decir que la única carne de calidad que hay por el barrio camina a
ritmo de samba y fala portugués.
Arnyfront 78
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