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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Mesón del Cordero

C/ Alhambra, 80
Metro: Laguna (línea 6)
Botellín: 1,30 (Mahou). Grifo de Estrella Damm.
Tapas: jeta de cerdo churruscada, aceitunas, papas alioli...
Especialidades: cordero, jeta, chichas,mollejas,chorizo, morcilla, oreja a la plancha, cochinillo, champiñón con jamón, chuletas... bocatas a 3€ y montaditos a 2€.





Hablar del Mesón del Cordero es hablar de parálisis. Nada ha cambiado desde que hace treinta años mi padre me llevara por primera vez a comer jeta. Ni su emplazamiento en la calle Alhambra frente al campito de fútbol de Gallur, ni su pintoresca  fachada de posada de villorrio, ni las mesas, ni las vitrinas con carnaza, ni los palillos planos (que son más baratos), ni los servilleteros, ni el enorme lienzo con vocación de mural con temática pastoril, ni, por supuesto, la lumbre, esa incandescente fragua de Vulcano a la que se ofrendan animales muertos, han cambiado un ápice. 
El único cambio en más de tres décadas ha sido la avería del teléfono público, uno de esos teléfonos de bar tan socorrido para emergencias antes de que cediésemos la libertad y el privilegio de no estar localizados, de estar aquí, allá o en el infierno, a ese aparato electrónico llamado móvil. El teléfono sigue sin funcionar, pero el secador de pelo con el que se atizan las ascuas, no. Su ruido compite con el crepitar de brasas y con el compás bullanguero de una comitiva dionisiaca capaz de neutralizar la distorsión. Allí, al calor que irradia la churruscada jeta que ponen de aperitivo, se apiñan libadores cetrinos, centauros con bastón de mando, cotizadores de empresas propias y acreedores de tiempo y sed. En definitiva... filósofos. 

Filósofos de chato madrugador, de sol y sombra invernal, de los que teorizan sobre el silencio, de los que trinan por bulerías. Alguna que otra cheira blande en verso libre cuando las palabras faltan o sobran para zanjar pleitos, allí donde la ley de Cañorroto, la patria de Manzanita y sus Chorbos, se impone vía decreto. La percepción de funestas consecuencias disuade a los profanos de bravatas faroleras. La única ley escrita prohíbe cantar y bailar y, por extensión, explica el resto de leyes no escritas, aquellas que sólo el instinto intuye. La escarcha del botellín contrasta con un clima cálido tirando a tórrido que deja los labios febriles, los dedos pringosos, pavesas en el pelo y la tensión ocular reflejada en ríos sanguinolentos que tiñen córneas. 

De vez en cuando entra una morena en chanclas, con un chandal rosa de McYadra y el moño en souflé de castañas para comprar un paquete de Nobel. Puede que tenga unos 17 años, sus hijos de 11, 9, 6, y 2 años esperan fuera. La vida se abre paso en los bloques. El único método anticonceptivo es no meterla. 
Los días de partido se discute de política y los días que no hay partido se discute de fútbol.  De mujeres no se habla... cada uno forja su cruz. Seguramente ellas aguardan en casa con rabia y legañas a que el alcohólico que salió por la puerta a tomarse una caña vuelva llorando derrotas. 

Entremedias, en la distancia,  ambos tendrán tiempo para reflexionar acerca del momento en que la convivencia se fue por el sumidero. Seguramente ni se acuerden, tal vez los lazos de la costumbre sean tan fuertes que la inercia mantendrá unidos hasta la muerte a seres que se desprecian.
La terraza, durante las noches de verano, es tomada por la vecindad carnívora. Banquetes de proteínas y grasas regadas con cerveza y, si es menester, con Four Roses, intensifican el fuego que hierve bajo el pavimento los días de implacable canícula, en una ceremonia insolente, de envite a Helios, a ver si tiene huevos de  lanzar tal chorro de calor que la peña sólo quiera ensaladas y gazpachos. En noviembre la enorme chimenea parece dar la bienvenida al frío ahumando la ropa del vecindario. 

Es entonces cuando cuadrillas de amigos y enemigos se arremolinan en torno a las amplias mesas del comedor para celebrar, a lo neardental, navidades, victorias pírricas, desagradables reencuentros con amigos de la juventud y, por supuesto, divorcios. Sea lo que sea, el camareta oficial de primera, el herrero de la carne seguirá fraguando jetas, mollejas, chichas y paletillas para que nadie pueda decir que la única carne de calidad que hay por el barrio camina a ritmo de samba y fala portugués.


Arnyfront 78

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