Metro: Sol (líneas 1,2 y 3)
Caña (no hay botellín): 1,10. Tienen jarrotes de sangría.
Tapa: morcilla ibérica, chorizo, jamón serrano (no ibérico), chistorra, paella...
Especialidades: tostas calientes, papas meneadas, salmorejo, tortilla, almóndigas...
Que la soberbia es uno de los siete pecados capitales se encargan de remarcarlo las camisetas que los camareros de esta moderna taberna avejentada tienen que llevar con sonrisa ensayada. Debe ser frustrante tener que sonreír así a la gente (como si tuvieras una ojiva nuclear en el esfínter), cuando a veces querrías cagarte (literalmente) encima de algún que otro cliente borde.
Creo que lo que la mayoría pedimos del
servicio de un bar es eficacia y sutil amabilidad, no servilismo
histriónico. En La Soberbia los chavales que curran allí (que suelen ser
bien majetes) tienen que saludar uno a uno (estén en la barra o en el
váter) al entrar o salir el cliente. No creo que la amabilidad deba
imponerse. Como dice el refrán: "cortesía de palabra... o conquista o
empalaga".
Hay
quien dice, por la red, que es un local para guiris... ¡vaya
perogrullada!, ¡como si los responsables de un bar que está a 50 metros
de la Puerta del Sol no fuesen a hacer todo lo posible para que los
extranjeros entren a dejarse la panoja cuando son quienes gastan más y
no distinguen entre una paella y el "Tonus Complet de Purina"! La calle
Espoz y Mina y sus aledaños están llenos de bares para guiris. Y me
parece bien que sableen a esos putos anglosajones que vienen a hacer balconing,
a romper retrovisores y a ostentar de dinero en un país donde, día a
día, se incrementa el número de usuarios de comedores sociales.
Pero La
Soberbia, en particular, tiene un espectro más amplio que el resto de xenódromos de la zona y acoge, indistintamente, a forasteros que quieren
cenar a las 4 de la tarde y a payos en busca de agua de fuego. Es buen
sitio para tomarse unas cañas (cuando no hay mucha gente), a pesar de su
paella radiactiva, de una sangría que parece Tang y de todos los
tópicos que irritan a quienes van de puretas en eso de cañear pero
serían incapaces de entrar en más de un bar de mi barrio. La caña está
barata (1,10€) y de aperitivo suelen poner pan tostado con aceite y
algún curado (morcilla, chorizo, jamón...) de inusual calidad para una
cerveza que está a ese precio. La decoración es confusa, recargada, con
elementos inconexos y colores ácidos, mezclando el costumbrismo postizo
de "Amar en tiempos revueltos" con el sci-fi cutre de los Marco
Aldany.
Pero más inquietante es, sin duda, la zona del retrete. Hay un
pasillo rojo, ensangrentado, que recuerda esa trágica e insoportable
escena de Irreversible (la película de Gaspar Noe) en la que la hermosa
efigie de Mónica Belucci es reventada por el cruel azar en forma de violador sin escrúpulos. Atravesar o no un pasadizo de madrugada puede cambiar una vida. Terrible secuencia.
No sé si es por la torpe elección musical, por el incesante run-run
de los camareros diciendo "¡HOLA! y ¡ADIOS!", por el tamaño de las
cervezas (mininas) o porque intuyo que un festín incontrolado de cañas y
raciones me va a decepcionar, pero suelo enfilar la puerta tras la
segunda ronda con el convencimiento de que hay sitios en los que, por
mucho que se esfuercen, tendrían que obsequiarme con una orgía de
colombianas sin depilar para ganarse mi corazón.
Sin identidad no hay
alma. Quizá sólo es cuestión de tiempo. Mientras tanto... La Soberbia
sigue en busca de su pecado (aunque sea venial).
Arnyfront78
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