Metro: Ópera (Líneas 2, 5 y ramal)
Especialidades: bulgogi, dumplings (empanadillas coreanas), pollo al teriyaki, arroz con carne y verduras, sopa de pollo con ginseng, cazuela de kimchi con carne y salchichas, arroz frito con pollo y langosta, tempura...
Ha nacido un estilo: el astureano, es decir, la mezcla ebria de asturianismo salvaje y comida coreana posnuclear. Todo empezó con el cierre de "La Quintana", un mesón cuya infraestructura se parece más a los típicos salones de bodas del corredor del Henares que a los chiges de Avilés.
Pero he aquí que los responsables del Tulipán-Gayagum, situado en el barrio de La Concepción, deciden dejar la periferia para instalarse en el eje Opera - Sol - Callao, en donde la crisis, los ruinosos alquileres y el exceso de oferta hostelera engullen más bares que el triangulo de las Bermudas barcos. ¿Y creéis que hacen reforma para cambiar esa decoración Astur y adaptar el local a un dojang coreano? (aunque sólo sea para hacer taekwondo)... ni hablar. Dejan intacta la barra de sidrería, los salones revestidos de madera, los marcos con escudos de municipios del Principado e incluso la imagen de la santina bendiciendo el ruedo y se ponen a servir bulgogi y pollo teriyaki sobre una vajilla con la cruz de Don Pelayo... ¡con dos cojones!
Pero eso no es todo. También sirven raciones tipical spanish (jamón, queso, lomo, etc...); así que el desconcierto es absoluto. Podríamos concluir, por tanto, que el estilo del Gayagum no pretende fusionar dos gastronomías diferenciadas para obtener platos que sean mezcla de ambas (rollo cocina chifa); sino más bien proponer un disparatado gazpacho de platos disonantes fruto de la ilimitada imaginación asiática. Así puedes llenar la mesa con platos coreanos y españoles que, en principio, no tienen relación alguna (siempre estás a tiempo de echar chorizo a la sopa de tofu blando).

De sus profundidades salía una voz gutural, como la del general Tani, que recibía con desgana la comanda de nuestra mesa. Pedimos menú del día para economizar y concretar. Bucear en la extensa e insondable carta habría supuesto un esfuerzo inútil. No había pasado un minuto cuando Imelda Marcos bis nos trajo de aperitivo una fuente con kimchi (col fermentada), brotes varios, champiñones fríos, cacahues hervidos y unos pescados minúsculos a medio camino entre espermatozoides y chanquetes. Nada resultaba excepcional, pero fue todo un detalle.
Acto seguido y en aluvión llegaron todos los platos que pedimos: empanadillas coreanas, fideos de batata salteados con verduras y carne, bulgogi (ternera con salsa de soja y verduras) y una especie de arroz con un huevo frito encima. Yo comí bien, quedé saciado y con la cara bermellona. Me abstengo de juzgar si la cocina merece una beca o recuperar en septiembre. Lo cierto es que bajé al váter, me agarré a las paredes en cuclillas y liberé la fiera que arrebataba mis intestinos. Yo creo que fue la sopa que acompañaba al arroz. Estaba rica pero era demasiado intensa.
Parecía un caldito de norcoreano ajusticiado por Kim Jong-Un. Pidiendo a la carta sale entre 25 y 30€ por persona y se recomienda llevar encima la tarjeta sanitaria.
La verdad, el sitio, como poco, es sorprendente. Y eso ya es mucho.
No apto para inquisidores gastronómicos ni para cólones irritables.
Arnyfront78